Ponencia para II Congreso de Teatro de texto del IV Festival de teatro Sala B 2013, por Sandra Lorena Alonso Terán, actriz de Mándala teatro en acción.
“Soy hombre y no juzgo extraño a mí nada humano.”
Terencio
La creación es misterio. Mi primer contacto con el misterio fue a través del arte. Mi terreno de búsqueda fue el teatro; parece que fui arrojada allí, parece que yo no lo escogí, parece que ni siquiera sabía de dónde, porqué me quedaba, cuánto tiempo, para qué. Pensaba que el arte estaba por encima de la vida, que era una esfera elevada otorgada a unos cuantos elegidos. No tenía lo que algunos llaman “talento”. Pero tanto añoraba eso que otros artistas mencionaban, y eso que yo de lejos experimentaba, la experiencia artística, que creí posible construir una escalera hacia las alturas; pero la escalera fue más un puente, porque no había arriba, o abajo; el arte estaba hecho de vida, y mi gran sorpresa fue descubrir que yo misma soy vida y todo lo que me rodea palpita. Curioso, se podría pensar, pero no: el arte me llevó a la vida. Y una vez experimenté y degusté la vida-arte, el anhelo en brasa me fundió.
Mi maestro, aquel que compartió conmigo su vida en el teatro, me enseñó el amor por el teatro escrito. Es un hombre que en general ama las palabras, ama los libros, y en su caso eso quiere decir, ama la vida. Creo que es un verdadero filólogo. Él fue el incitador. En mí nació el anhelo y él me mostró un lugar en el que saciarlo: el teatro escrito, lo que hoy nos convoca, el texto dramático.
Las obras de teatro escritas, en mi experiencia, han sido puertas hacia lo desconocido. Me gusta esta metáfora: cada vez que me encuentro frente a un texto dramático es como si estuviese frente a una puerta nueva que me va a conducir de algún modo al misterio. No veo nada al principio, solo el material, que quizá (rompiendo la metáfora) es una tapa, hojas y tinta; y sonidos. Pero aprendí que si descubro cómo entrar, que si aprendo cómo… entonces más allá hay un horizonte de vida fluyendo. Y hay tantas puertas como obras dramáticas.
“Solo paulatinamente entrega la vida sus secretos” decía Alfonso Reyes. Sí. Cada puerta se abre con trabajo, y el trabajo requiere tiempo y dedicación, años de vida. Me demoro en aprender a ver la cerradura, a oler cada puerta, a reconocer el material. Me demoro en encontrar la llave, la única que abrirá en ese instante. Me demoro en entender el giro que debo dar. Me demoro en abrir. Me demoro en apreciar lo que mis ojos ven, en percibir lo que piso… me demoro en dejar que me atraviese y contenerla, en que sea parte de mi paisaje interior, como quería Graham.
¿En qué consiste tanto trabajo, tanta demora?: comprender (como decía Stanislavski, es decir, sentir) que las palabras son ese horizonte de vida fluyendo, y no grafemas-fonemas. Maiakovski escribió un poema en el que dice: “¡Y Dios llorará leyendo mi brevísimo libro! Hecho de temblores en compactado ovillo, no de palabras;” ¡“Temblores en compactado ovillo”! Pienso en el teatro y creo que esta expresión nos abarca: no creo que sea pretensión, se escriben personajes a tempo de palpitar, a tempo de instantes de vida. Los versos se hacen de experiencia[1]; la poesía es el pecado encarnado[2]. Los textos dramáticos me han permitido padecer un pedazo de humanidad que no sabía que existía. Querer probar del universo ajeno, que luego se me revela como universo, sencillamente. Descubrir que tal vez si hay algo así como una raíz humana común.
Mi oficio como actriz no termina en el descubrimiento del misterio. Yo debo encarnarlo. Si las palabras son temblores de otros, yo debo entrañarlos. Si las palabras palpitan, yo debo palpitar. Trabajo esencialmente en explayarme. Y aún podría tratar de explicar más y decir explayarme en medios, es decir las técnicas, y explayarme preguntas, es decir, la sensibilidad. Explicaré esto a través de mi experiencia con Hamlet.
Frente a Ofelia
Tenía 17 años cuando me arrojaron frente a Ofelia. Ofelia… Trabajé desde lejos, porque no tenía balsa para cruzar hasta esa orilla en la que ella peinaba sus cabellos a tempo estremecido. Porque sí, un actor necesita una balsa, o la llave de la puerta, para recuperar mi metáfora. Yo, tan joven e insensible aun, vi una silueta de niña; y escuché alaridos. Las palabras decían esto y aquello. Una niña enamorada, luego loca. Se dice pronto. Se recita pronto. En aquella época añoraba encontrar las imágenes que hiladas me llevarían a lo que le sucedía a Ofelia. Pensaba en un color para las frases, buscaba tonos, ritmos que se conjugaran con las imágenes en movimiento. Seguía a otros actores. Una imagen para cada frase, giros de pensamiento, momentos de intenso dolor o alegría… pero había lago que no alcanzaba a atrapar, para lo cual necesitaba la “partitura”. Ahora descubro que se trataba de poner en práctica aquél principio de Meyerhold: el cuerpo es el medidor de la temperatura del alma. Y yo empezaba desde el cuerpo. Pero no el cuerpo porque sí, y allí juega siempre un papel fundamental la imaginación, la sensibilidad y la intuición: escuchar el palpitar de las palabras. Cuando busco una imagen hay algo que intuyo que puede contener eso que esta tras las palabras. La imaginación es afectiva, decía Ribot. Tomo la locura de Ofelia:
“¿Dónde está la hermosa majestad de Dinamarca?” / Cantando: “como te conocería dueño de mi corazón. Por el sombrero de conchas, las sandalias y el bordón”
Hay muchas cosas en este texto. Ella entra buscando a la reina, pero ¿cómo? Para poder pronunciar estas palabras me pregunto: ¿quién es la reina? Sí, es la madre de Hamlet, es Gertrudis, la esposa del hermano de su primer marido… pero, quién es en ese momento para Ofelia. Para mí fueron importantes dos indicios: primero, que los bufones y los locos sean sabios en Shakespeare; segundo, que en la segunda escena de la locura Ofelia le ofrezca ruda a Gertrudis; ruda, una planta que simboliza la pureza (“…he aquí ruda para ti, y también algo de ella para mí. Nosotras podemos llamarla hierba de la gracia los domingos. ¡Ah!, más no habrás de llevar tu ruda de un modo distinto.” El texto que subrayo es una fuerte alusión al acto de Gertrudis). Yo era Ofelia. Cubría mis ojos como si estuviera jugando a las escondidas y mientras separaba mis manos y veía a Gertrudis; preguntaba, como si estuviera preguntando por la asesina de mi padre. Entonces el tono de mi voz era bajo, las palabras pesadas y enterradas. Esto me daba el impulso para salir corriendo hasta ella a matarla y entonces, en el texto viene un punto, y un cambio: ya no importa Gertrudis, Ofelia ha visto a su amado. “¿Cómo te conocería dueño de mi corazón?” Las palabras son como una caricia juguetona bajo las sábanas. Yo me estrellaba con la imagen de mi amado y bailaba para él, mientras le cantaba, buscando eso, esa voz y tempo pícaro de los acertijos entre enamorados. Como cuando digo “¿de quen son ñatas?” O algo así… Yo creo que ellos dos habían estado juntos. Creo que es lo que significan esas líneas en las que Ofelia cuenta sobre la fiesta de San Valentín. Yo decía el texto como si estuviera en el momento de la penetración. La ventana que ella cuenta que abre era la camisa de Hamlet (“iré a tu ventana, que soy doncellita”), y las frases: “pronta a convertirme en tu valentina” eran una mirada de entrega, la timidez de un cuerpo que se desviste por primera vez frente a otros ojos, y luego la penetración. Entonces la voz se quebraba un poco…
Algunas preguntas
Finalmente, ¿qué es un personaje? Acaso sea una idea que tiene que nacer. Porque no hay manera de estar dentro de otro, de saber exactamente lo que el dramaturgo concibió. Tal vez nunca hay un exactamente. Y tal vez eso es lo maravilloso; es lo que hace que cada uno tenga su lugar en el teatro, que cada uno tenga qué hacer. Por eso, además, nunca hay dos Hamlet iguales.
Algunos principios de mi trabajo
No juzgar a los personajes. Más bien, defenderlos.
Leer activamente el texto, permitir que trabaje el poder de la imaginación (Einbildungskraft).
Dejar que las palabras retumben dentro de mí, que me acompañen, y dejarlas salir en cualquier momento. Ser fiel…
Buscar en la vida lo que es lejano, lo que no entiendo… escucharlo en otros, en algo. Estar a la caza.
No imponer el color y el ritmo. Encontrarlo.
Recoger muchos indicios en el texto. Cada nueva lectura es una nueva entrada. No he caminado, es nuevo, es nuevo.
Mi oficio…
Soy el vehículo. Soy Prometeo, ladrón del milagro de la llama. Llevó la luz; yo misma me enciendo. Soy el pasado, el ahora, el porvenir.
No soy una máscara… soy el material, soy el material. Soy el vehículo de aquello que se cuela por entre las rendijas de los portales del tiempo.
Soy actriz. EL teatro y yo nos topamos hace diez años. Hemos vivido juntos todo este tiempo, y apenas parece que nos conocemos. Cuánta cosa podría contar; cuánta sorpresa, para los dos; cuánto cuerpo expuesto, cuánto desgarro, cuánta dicha, cuánto de tanto y tan poco. Cuánta pregunta. ¡Cuánto silencio entre las palabras!
La necesidad del texto dramático hoy
Soy actriz de teatro. He sido Ofelia, un Clown, Estelle, Liduvina, Natalia Stephanovna… sobre el escenario. He soñado con Lady Macbeth, con Medea, con Antígona, con Ariel y también con Hamlet. Mi pobre y reducido yo necesita de las fuentes del misterio; mi ser requiere de humanos para padecer la humanidad. Y el teatro ha fabulado esta grandiosa manera: ingeniar caracteres con vicios y virtudes por igual, para que otros jueguen a ser, y otros jueguen a observar. Entonces se entenderá porque digo que nunca una obra de teatro escrita por un autor ha sido una prisión o me ha limitado creativamente; más bien, cada autor me ha regalado un pedazo de humanidad, y me ha permitido poder a servicio mi humanidad. Me gusta de los textos la trampa que nos ponen. Se puede creer que es sencillo, que es fácil, que el actor se esconde en las palabras, que ya no necesitamos de los personajes porque en este tiempo “sabemos” que no se puede representar.
Naderías. Se requiere trabajo y vida, todo lo contrario a esconderse; estar totalmente expuesto para poder escarbar la vida que sustenta las palabras. Y poco importa el laberinto del asunto presentar y representar. Yo he visto y he padecido el poder que tiene el teatro, ese mágico poder que tanto maravilló a Hamlet y a Strindberg, el poder de hacernos un corazón colectivo (como quería Barrault). Me gusta jugar a ser otros, y me gusta creer que otros son otros. Es mi manera de aprehender el mundo. Y cuando juego… entonces abro las puertas del misterio y todas las preguntas sobre los humanos, la vida, la existencia asisten al llamado.
Bogotá, 16 de agosto de 2013
[1] Esta idea no me pertenece enteramente; Rilke me la regaló. Trascribo a continuación un fragmento de su texto: “Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible larga vida, y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias.” Extraigo este fragmento de uno de mis diarios, y desafortunadamente no estoy segura de qué estaba leyendo en ese instante. Es posible que haya encontrado esta cita en el libro de Juarroz Poesía y verdad.
[2] “Y es que la poesía ha sido en todo tiempo, vivir según la carne. Ha sido el pecado de la carne hecho palabra, eternizado en la expresión, objetivado.” María Zambrano, en Filosofía y poesía, Fondo de Cultura Económica, 1987, página 47.