Fotografía de ensayo 2024 de La siempreviva, cortesía Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella.
Cuando se estrenó La Siempreviva, en 1994, habían pasado nueve años desde la toma y retoma del Palacio de Justicia. El director de teatro, Miguel Torres, tras una amplia, sentida y profunda investigación sobre lo ocurrido ese 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando la guerrilla del M-19 entró en el edificio y tomó como rehenes a sus ocupantes, logró plasmar en una creación dramatúrgica la manera como la ciudadanía vivió este episodio desde una cotidianidad atravesada por la violencia.
En La Siempreviva la historia transcurre entre junio de 1985 y noviembre de 1986. El argumento no parte, sin embargo, del hecho histórico, sin que el acontecimiento “irrumpe” dentro de una historia que se desarrolla con situaciones, personajes y conflictos propios dentro de una casa del barrio La Candelaria de Bogotá.
La cotidianidad inicial, matizada con humor e ironía, se va transformando en el drama individual de cada inquilino en su relación con los otros. Principalmente en el drama de una madre desesperada que no se resigna a la desaparición de su hija y lucha con todas sus fuerzas para recuperarla, hasta acabar devorada por el infierno de la locura.
Inspirándose en el cuento “La casa” del libro Los oficios del hambre, escrito por el mismo Torres, el dramaturgo buscó una vez más pasar los grandes relatos de nuestra historia reciente por personajes que sintiéramos cerca. Para lograrlo, fueron dos años de una docena de versiones alimentadas por artículos periodísticos, libros, material de archivo, entrevistas, y de conversaciones con personajes como Ramón Jimeno, escritor del libro Noche de lobos sobre el mismo suceso, y Eduardo Umaña Mendoza, abogado de los familiares de los desaparecidos del Palacio de Justicia.
Gracias a este último, Miguel Torres se contactó con la familia Guarín. Su testimonio lo conmovió profundamente y convirtió a Cristina del Pilar Guarín Cortés —una de las mujeres desaparecidas del Palacio de Justicia— en el referente de la que sería la protagonista de su obra. Así, el director logró conectar su trabajo con la indignación de un país, con la necesidad instintiva de justicia y con la búsqueda por el esclarecimiento de la verdad. La Siempreviva inmortalizó a Cristina y a través de su figura el cruento drama de la desaparición forzada en Colombia.
“Miguel hizo un trabajo muy juicioso. Usualmente pasa un tiempo largo para poder ver lo que sucedió realmente, pero aquí fueron nueve años. Nueve años y Miguel ya estaba investigando y, con mucha seriedad, dándole una salida artística, expresiva y creativa a esta historia”, dice Lorena López, actriz de la obra que interpreta a Julieta Marín, nombre del personaje inspirado en Cristina.
Ya han pasado treinta años desde que esta puesta vio la luz por primera vez. Treinta años de acercarnos a una realidad que, con el tiempo, se ha ido reafirmando y verificando judicialmente. “Los familiares de desaparecidos en Colombia que han visto la obra, nos lo dijeron varias veces: ‘lo que no ha hecho el Estado, lo que no han hecho muchos, lo están haciendo a ustedes’”, afirma Pablo Rubiano, actor que encarna en la obra a Humberto, hermano de Julieta.
La obra de Miguel Torres ha traspasado formatos, en el 2010 la editorial colombiana Tragaluz publicó una versión del libreto y 2015 fue llevada al cine por el director Klych López. También ha cruzado fronteras. “La última vez en Buenos Aires, Argentina, nos recibieron las Abuelas de la Plaza de Mayo. Fue conmovedor y fuerte. Nos decían las abuelas: ‘la historia en Latinoamérica es igual en todas partes’”, recuerda Rubiano.
Después de tres décadas y de más de 1.000 funciones, entre el 9 y el 14 de abril de 2024, La Siempreviva llega al Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella con su elenco original. Serán seis funciones en la Sala Delia Zapata a las 7:30 p.m. Esta será una oportunidad para escarbar en nuestra memoria, para sentirla y vivirla. Un momento para reflejarnos y conmovernos con un pasado que sigue moldeando nuestro presente.
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