Freud al perder su sentido del olfato intenta recuperar su díscola nariz. Mediante su propia práctica psicoanalítica la hace sentar en el diván, con el deseo terapéutico de qué ésta pueda reincorporarse a su yo, entrando en razón. Mas la nariz ya poseída por el demonio de la adicción, huye de él, presa de un delirio omnipotente que la precipita por el abismo de su caótico hedonismo. No contenta la nariz con proclamar su absoluta independencia con el fin de adquirir su propia personalidad, secuestra y seduce a su prometida, hasta arrastrarla consigo por el torbellino de la pasión amorosa y el eros compulsivo y desatado. La fantástica situación irá generando un caos interno en el Dr. Freud, a quién no sólo le produce un ataque desenfrenado de celos, sino que además, lo conduce a una disolución continua de su ser que atomiza y va fragmentando su cuerpo, produciéndole una crisis existencial y una pérdida irreversible de identidad total; en donde una nariz sexuada y adictiva gobierna a los demás órganos y sentidos, poniéndolos al servicio de su propio placer y el de su amada Marta, quién por esa vía del eros, también pierde su compostura y lo “ traiciona”. Pero ella, seducida y enamorada, justifica su culpa y su deseo al sentir que ese desprendimiento de los órganos y sentidos extraviados al fin de cuentas son las partes amadas y anheladas se su futuro marido. Al final, del psicoanalista original sólo restan sus orejas y, de forma fatal, éste queda reducido a la atenta pero impotente escucha. Y frente al desafío autosuficiente de su nariz que ha logrado divorciar su mente y su cuerpo, a nuestro pobre Freud desconsolado, dividido y aislado, no le ha quedado mayor remedio que el de hacerse el sordo.
Proyecto de: Títeres Libélula dorada
Dirección: César e Iván Álvarez
Dramaturgia: Iván Darío Álvarez
Elenco: Luis Marrero, Cesar Santiago Álvarez e Iván Darío Álvarez