Diego León Giraldo: Esto-vi en 2025

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Periodista Cultural egresado de la Universidad del Valle, con estudios de Arte Dramático en el Instituto Popular de Cultura de Cali – IPC y maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Premio Sociedad Interamericana de Prensa – SIP en Periodismo en Profundidad 1993 y Mención de Honor a Mejor Entrevista SIP 2025. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a Mejor Entrevista en Prensa 2022. Ha trabajado en los diarios Occidente, El País y El Tiempo, donde fue subeditor de Cultura, director y creador de revistas. En los tres medios tuvo la columna de comentarios teatrales Trasescena. Actualmente escribe para la revista Bocas y es editor de contenidos de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá.

«Cuando el teatro es necesario, no hay nada más necesario»
Peter Brook

Por fortuna la escena bogotana es diversa y vibrante, con espectáculos para todo tipo de públicos, unas audiencias con la formación que a punta de tanta persistencia y contra todos los obstáculos han podido construir los diversos colectivos, directores, dramaturgo y actores. Y que gracias a tantos encuentros y festivales, desde los masivos hasta los pequeños y barriales, en los que se han hermanado las iniciativas privadas y las públicas, se han cualificado las maneras de mirar, de acercarnos a las narrativas escénicas.

Escoger diez montajes para destacar es poco, pues por fortuna la producción en nuestro territorio es inmensa. Aquí algunas, atendiendo a la invitación de Kiosko Teatral, pero también resaltando otros que he dejado por fuera, no por menores sino por falta de espacio, como Las bujas de Salem, en la puesta reciente de Manolo Orjuela para la Casa del Teatro Nacional y que en estos tiempos de recalcitrantes sectarismos de lado y lado resulta tan pertinente; Para sostenerse, un bello ejercicio del grupo de amigos agrupados bajo el título de Actores de Escritorio y que hace un homenaje a la profundidad de las relaciones intensas y finalmente Raquel, de Moisés Ballesteros y su Teatro Estudio 87, que pone en escena una pieza que remite a ese teatro estadounidense de autores como Sam Shepard.

El vuelo de Leonor / Umbral Teatro / Dirección: Carolina Vivas

Con una delicada puesta escénica pero sobre todo una exquisita dramaturgia, El vuelo de Leonor, la más reciente obra escrita, dirigida y actuada por Carolina Vivas con su grupo, Umbral Teatro, es una verdadera joya que conmueve. Compuesta en tono epistolar, en esa delgada línea de lo confesional que podría fácilmente invitar a lamerse las heridas pero que sortea con maestría.

Con aguda vigilancia en la selección de las frases, cada palabra dice lo que es, sin adjetivaciones innecesarias y sin efectismos idiomáticos, con poesía que como daga afilada desde su propia historia va horadando en lo más profundo de los recuerdos de cada espectador, en sus relaciones familiares, en las desavenencias no resueltas, las frases inconclusas, las pequeñas victorias y celebraciones, en las derrotas, las injusticias que no se cuestionan por la costumbre, en los universos femeninos en ocasiones relegados al cuarto de San Alejo y en las preguntas que supuestamente no se deben hacer.

No cae en la facilidad lastimera sino todo lo contrario, pues las cosas se cuentan como son y sin adornos pero sin ir más allá, ofreciendo un retrato de una dignidad y honestidad apabullantes. Al finalizar, queda uno como suspendido en el aire con lo que acaba de presenciar pero sobre todo repasando su propio relato interno y con ganas de volverla a ver.

La escena invertida / Vicky Hernández, Johan Velandia, Jorge Zabaraín / Dirección: Jorge Zabaraín

Ver a una de las mejores actrices que en vida se puedan disfrutar es un regalo de los dioses que no se puede dejar pasar y se debe agradecer. Por eso, si tienen la oportunidad de ver a Vicky Hernández en La escena invertida, desde ya deben agendarse. La pieza de 50 minutos se presentó —con boletería agotada para todas las funciones— en La Maldita Vanidad, como parte del segmento Mirada paralela, que este año rindió homenaje a la obra del dramaturgo estadounidense Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo, Zoológico de cristal, La gata sobre el tejado caliente). Johan Velandia (dramaturgo y director de La Congregación Teatro) es la contraparte de Vicky y ambos calzan a la perfección. Ella interpreta a una vieja gloria de la actuación y él a su hijo, un hombre con sueños de seguir camino en la escena como autor pero con el peso de ser el ‘hijo de…’ y los señalamientos y autoseñalamientos de que tal vez nunca logre el nivel de su madre.

De creación colectiva y dirigida por Jorge Zabaraín (Teatro La Concha) , uno de sus logros es que se nota que supo conducir sin limitaciones pero encausando, permitiendo que la actuación esté en el mismo tono, que los mínimos gestos, los silencios y los movimientos comuniquen. Nada sobra y nada falta en esta obra, que a todos nos revuelca pues habla de la intimidad de manera descarnada, de los sentimientos honestos o incluso de la crueldad, si así se quisiera ver. Aquí asistimos a una verdadera ceremonia, un acto sagrado con los mejores oficiantes que se quisieran tener.

Postales del desarraigo, cuerpos migrantes / Teatro La Candelaria / Dirección: Patricia Ariza

“Somos tierra que camina”, es una de las tantas frases que como puñal lanzan los desterrados de Postales del desarraigo, cuerpos migrantes, la más reciente creación del grupo La Candelaria, dirigida por Patricia Ariza.

Retratos de hombres y mujeres de todas las edades que se lanzan al vacío persiguiendo el sueño de un mejor destino, aferrados siempre al doloroso y agónico recuerdo de lo que dejan atrás.

Los asistentes no solo asistimos a una representación sino que somos, como ocurre en los tiempos modernos, espectadores de las transmisiones en vivo y en directo a través de una pantalla. Los horrores que relatan los cuerpos de los caminantes se proyectan a todo color. Allí, como también ocurre cuando nos plantamos frente al televisor o presenciamos el morboso streaming que a través de las redes y con un simple celular nos muestra las angustias de los que sucumben a un naufragio en el Mediterráneo, los que aterrados huyen con casi nada para no ser víctimas de algún ataque o las familias que sin medir los peligros o aún sabiéndolos pero con el deseo de un mejor mañana se aventuran por una selva en el Darién o el desierto del norte mexicano.

“Los desterrados viajamos por el mundo con la ilusión de encontrar algún destino”, cantan los personajes en tonadas que no son otra cosa que un profundo lamento. Aquí, a diferencia de esas postales, las turísticas que muchos coleccionan cuando van de viaje, la pieza está compuesta por retazos de historias que denuncian la falta de humanidad. Postales del horror.

Esta es una obra que duele, pertinente y actual, de esas a las que nos acostumbra la tropa de La Candelaria, que sabe ponerse en los zapatos de los marginados, que sabe leer la realidad, que con sus puestas nos patea para despertarnos. Mientras los personajes cantan al estilo de los juglares que van de pueblo en pueblo, en la platea la fuerza se concentra para evitar que nos gane el llanto.

El lugar del otro / La Congregación Teatro / Dirección: Johan Velandia

Con olor a calle, con textos viscerales, actuaciones cargadas de verdad y un relato de esos que al salir siguen dando vueltas en la cabeza y revuelcan el estómago y las vidas personales de cada uno en la audiencia, eso es El lugar del otro, la pieza escrita y dirigida por Johan Velandia. Un regalo más que nos hace Velandia, creador comprometido que, como anuncia el título de la obra, siempre es capaz de ponerse en los zapatos de los otros, de nosotros, con historias que revelan poéticamente intimidades.

Un gozo ver teatro-teatro, de ese que respeta la escena, compone estéticamente, nos permite escuchar y digerir y que da aire a los actores para que sus personajes transiten con la gracia que proporciona la hondura.

No es gratuito que la sala haya estado repleta y la temporada con boletería agotada; tampoco que se hayan alzado con tres Premios Bravo (los del Sindicato de actores -ACA) a Mejor protagonista de artes vivas para Cristian Villamil, Mejor reparto para Cesar Álvarez y revelación para Juan Villalobos; y que Laura Ángel haya estado entre las nominadas a actriz de reparto.

El beso imposible / Teatro Estudio 87 / Dirección: Moisés Ballesteros

“Todavía me sigue dando vueltas la obra que vimos anoche”, me dijo al otro lado del teléfono mi querida amiga Consuelo Luzardo apenas me saludó y antes de cualquier otro comentario, para referirse a El beso imposible, la pieza para dos actores que escribió y dirigió Moisés Ballesteros, de Teatro Estudio 87, en la íntima y acogedora sala que ha adecuado en su apartamento del barrio Palermo, en Bogotá.

Esa es una de las características de sus obras, que tras el aplauso en realidad nunca están totalmente acabadas, que jamás ofrecen todas las respuestas, que siempre dejan resquicios para la imaginación y complemento del espectador, convirtiéndolo en activo participe de las creaciones, obligándolo a llenar los aparentes pero muy estudiados vacíos que corren como narración paralela.

Rey de los silencios, de lo no dicho, de la pausa que tanto transmite, siempre nos tiene con los ojos abiertos y los oídos despiertos. En este caso, el relato de un par de hermanos con vidas dispares que tras diez años se vuelven a encontrar abre la puerta a dolores guardados, a tristezas acumuladas, reclamos no hechos y palabras jamás antes dichas, todo en medio de un amor que duele hasta los tuétanos.

Juan Luna y Juan Prada dan lección de actuación, conmueven, hipnotizan, con una honestidad a la que no somos inmunes. Saber escuchar, responder con el gesto y todo el cuerpo a lo que el otro cuenta da espacio para que nos vayamos adentrando en un universo aterrador por lo profundo que se va develando. El beso imposible también es una historia sobre los miedos y los saltos al vacío para preservarse, para cuidar al que se ama y amarse a sí mismo, asumiendo las consecuencias de cualquier decisión con tal de poder ser. Desgustarla es un regalo que cada uno debería hacerse, pues es una clase de escritura, dirección, composición, actuación y respeto al oficio y hacia la audiencia.

Mina//Mata / Teatro Tierra / Dirección: Juan Carlos Moyano

Juan Carlos Moyano pinta el escenario con maestría poética para denunciar las consecuencias de la minería irresponsable en la obra Mina//Mata, con su Teatro Tierra. Escrita por el fallecido dramaturgo paisa Gilberto Martínez, está inspirada en la enfermedad de Minamata (Japón), donde por contaminación con mercurio se generaron enfermedades, deformaciones y muertes entre los habitantes de esa ciudad.

Martínez la trasladó a las zonas auríferas de Colombia, donde los habitantes padecen problemas de salud. La puesta es preciosa. Haciendo uso de eso que Moyano llama ‘la poética de los objetos’, nos lleva de la mano en este drama pero con imágenes delicadas y de exquisita composición. Reconforta ver a un artista como Moyano (cumplió 50 años de vida teatral y literaria) comprometido y consecuente, y una obra de teatro-teatro.

La culebra / Simulacro Producciones / Dirección: Julio Hernán Correal

¡Qué deleite ver actuar a Waldo Urrego! La manera natural en que se apropia de los textos, la elasticidad, plasticidad y gracia con la que se mueve en la escena, como se le ve que está a gusto, como domina cada movimiento pero sobre todo como da espacio a cada frase, como matiza los parlamentos con la intención, con verdad, con maestría. Se le notan las horas de vuelo.

En La culebra, la pieza escrita y dirigida por Julio Hernán Correal, comparte escena con Óscar Alzate, quien sin duda es gran partner para el duelo de excelentes actores que nos llevan de manera delirante por el brillante relato que inevitablemente nos hace pensar en el teatro de Beckett. Delicioso pero a la vez delicado hacer teatro del absurdo, pues o se hace muy bien o termina siendo un pastiche.

En un escenario casi desnudo, con tres muy modestas sillas de madera, en cámara negra, los dos personajes vestidos de negro desarrollan lo que parecería al comienzo un ejercicio de improvisación de los que se adelantan cuando se toman clases de teatro, pero que sin duda es la inteligente manera en que Correal ha privilegiado el trabajo de los actores, sin distractores y facilitando que nos vayamos metiendo en la barahúnda de dimes y diretes disparatados que en el fondo tienen una potente carga de crítica social, a la humanidad que siempre hay en las intenciones y necesidades del otro.

Una pieza para escuchar, para ver, para descolocarnos e invitarnos a pensar pero sobre todo muy, muy, muy divertida e ingeniosa. Es ese tipo de trabajos recomendados para todo tipo de público, pero mucho más para estudiantes de teatro que quieran entender cómo se puede hacer una buena puesta cuando hay texto, actores, dirección y cero distractores o adornos.

¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift? / La maldita vanidad / Dirección: Jorge Hugo Marín

Montgomery Clift fue una de las estrellas de la edad dorada de Hollywood (años 50 y 60), cuando los estudios fabricaban ilusiones —incluso más descaradamente que hoy— y las manejaban a su antojo, moldeándoles las vidas a sus figuras y limitando todo lo que podían o no decir y mostrar.

¿Cómo no ser Montgomery Clift? es un trabajo unipersonal para disfrutar, en el sentido profundo del verbo. Bajo la dirección de Jorge Hugo Marín, Camilo Sebastián Velásquez logra una de esas actuaciones para aplaudir de pie, donde el personaje poco a poco se va despojando de la armadura con la que se ha protegido, enfrentando a sus fantasmas y como alma en pena que intenta evadir su propio purgatorio.

El texto, del español Alberto Conejero, está puesto en escena de manera sencilla, elegante e inteligente, privilegiando el trabajo de un actor que no tiene posibilidad de esconderse, lo que desnuda todo su talento. Que bueno ver cuando un artista no actúa sino que habita el personaje, con una verdad que conmueve, sin impostar.

No se ha descuidado ningún detalle en una cámara negra donde los más mínimos elementos muestran el glamour del personaje: las botellas, la tina de baño con sus delicadas patas plateadas, la mesa, el traje a la medida y una decisión atrevida como la de hacerlo hablar con ese tono de los niños bien o los instruidos de una gran ciudad nos mete de cabeza en el universo de la estrella en decadencia.

Camilo Sebastián se goza la escena y nos impide pestañear, tiene los tonos, los silencios, los suaves amaneramientos de un personaje que oculta al mundo lo que mueve sus afectos. ¡Qué delicado y gran trabajo!

Frágil / Sr. M / Dirección: Manolo Orjuela

Frágil es una de las recientes apuestas teatrales de Manolo Orjuela, uno de los más interesantes, sensibles y osados directores de las generaciones actuales. Inspirado en hechos reales e incluso rindiendo homenaje a su propia historia familiar de búsquedas, arraigos y desarraigos, logra un relato de esos que expone con descaro pero sin obviedades, y sobre todo anudados con una bella filigrana, los más profundos sentimientos.

Camilo Colmenares, que no solo actúa sino que canta pues encarna a un intérprete de ópera que arma su destino en Alemania, Mateo Galvis y Daniel Gómez (formado en el paisa Matacandelas, uno de los más trascendentales grupos teatrales colombianos) nos permiten ponernos en los zapatos de los migrantes, entender las angustia, saborear los sueños, sentir la solidaridad y comprender las circunstancias que impulsan cada vida.

Una ópera urbana que se desarrolla en la sala del apartamento de Orjuela, con la mesa, unos taburetes y el piano que se convierten en residencia del cantante, calle, cementerio y hasta escenario del bel canto. Andrés Hurtado al piano y el arte de Liva Wald crean la atmósfera en cada escena.

Que la pieza se desarrolle en la cercanía que genera la sala real del apartamento de Manolo establece esa comunión tan estrecha y personal de los personajes con cada espectador; tanta que es imposible no rendirnos ante la conmoción que la pieza genera.

El árbol más hermoso del mundo / Ana María Orozco, Salvador del Solar y Francisco Lummerman / Dirección: Francisco Lummerman

¿Hacía dónde va esto?, fue lo que pensé durante los primeros minutos de El árbol más hermoso del mundo. Al poco tiempo, la manera sencilla de contar, las actuaciones naturalistas y una historia en apariencia simple exteriormente pero con intensidad y profundidad, sin efectismos gratuitos, va agarrando.

Escrita y dirigida por el argentino Francisco Lumerman, Ana María Orozco (Betty, la Fea) y el peruano Salvador del Solar (Pantaleón y las visitadoras) escenifican el encuentro de una mujer que huyendo de sí misma se pierde en una reserva natural, donde se topa con el guardabosques que, a su manera, también está escapado de la realidad y ha construido un universo propio, alejado del mundanal ruido.

«La única manera de encontrarse es extraviarse”, dicen en algún momento durante la obra y fue inevitable pensar en Comer, rezar, amar y la angustia del personaje de Julia Roberts en su encuentro con Ketut, el sanador balinés que mirándola a los ojos le dice: “A veces perder el equilibrio es la única manera de conseguir el equilibrio”.

Justamente sobre esas búsquedas internas es que va la pieza, sobre las insatisfacciones y el atropello de la vida moderna que nos obliga a hacer, que impide ser. Una hora dura la representación, con tono pausado, como el caudal de un río en calma que esconde turbulencias internas. Es una obra para dialogar con uno mismo, de esas que más allá de lo que cuentan es lo que inspiran, lo que empujan a pensar.

Ana María y Salvador logran un perfecto engranaje, en el que se escuchan, responden orgánicamente a los estímulos y dialogan. Buen ejercicio de tranquila actuación que no parece actuar sino ser.


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