El vivo vive del bobo y el bobo de papá y mamá

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Por Camilo Ramírez Triana

Dramaturgo, director y docente. Director de la Sala VargasTejada

Una postura frente a la crisis de los espacios teatrales independientes.

Nosotros no sentimos que las instituciones públicas o privadas destinadas a la promoción del arte en Bogotá o en el país hayan hecho aportes para el desarrollo o implementación del proyecto de teatro ficstórico que adelanta hace casi seis años la Sala Vargastejada. En verdad su contribución ha sido nula. Las migajas.

Es diferente lo que ha ocurrido con la Universidad Distrital, centro de estudios superiores de la ciudad, que ha venido respaldando los proyectos de teatro ficstórico, como productos de investigación creación relacionados con la formación teatral de carácter profesional. La UD a través del centro de investigaciones CIDC y del proyecto curricular de Artes Escénicas han contribuido de manera importante al desarrollo de este proyecto teatral de ficción histórica.

La “ficstoria” es un tipo de creación teatral caracterizado por incluir aspectos investigativos, críticos y de formación, en el ámbito de la ficción con referencia histórica. Su cualidad consiste, además, en que se adelanta con independencia de las políticas institucionales y se piensa en el largo plazo. Es decir, no responde a los intereses de una historia oficial ni coincide necesariamente con las conmemoraciones, como tampoco con las modas estéticas o teatrales.

Esto es, a nuestro entender, un teatro. Pero las miserias del estado neoliberal impiden el ‘derroche’ de los recursos públicos en proyectos no comerciales, como este, que favorecen la independencia crítica, la formación de públicos autónomos, la investigación en el campo de la memoria histórica y su difusión a través de las poderosas herramientas del teatro, como mecanismos que están al alcance de la población y permiten el diálogo directo con ella.

En ese mismo sentido, viendo como el cinturón se aprieta cada vez más; diremos que también la universidad limita su inversión a lo básico, restringe sus presupuestos y acota con minucias las posibilidades de la investigación creación, con trampitas al estilo de las becas del distrito o la nación. Si las convocatorias para investigación ya eran demagógicas, ahora se volverán descalificadoras. Si antes había desinterés, ahora habrá interés, pero restrictivo y aunque parezca contradictorio para la educación pública, elitista.

¿Futurología pesimista o memoria crítica? Ambas a la vez se concretan en que no creemos que ninguna institución de este estado acuda en nuestra ayuda en esta grave crisis; en que estamos seguros de que no seguiremos igual, sino que todo será peor; en que si logramos rapiñar algún recurso será por error de la mátrix; en que se volverá legítima la actitud de ‘sálvese quien pueda’, aunque optemos por la solidaridad, en la defensa desesperada de los sueños.

De allí que, desde el balcón de la pandemia, miremos hoy con nostalgia el pasado inmediato, en el que floreció un sin número de salitas, sin permiso de los institutos, ni de las academias, ni de los gurús, ni de los financistas; con la anuencia de sus pequeños públicos, de sus amigos y familiares, que alcanzaron a imaginar una opción vital para sus hijos descarriados, hurtando el cuerpo a la guerra y a la violencia masificadora del consumo, y cuando podían, los centavos a los institutos de la avaricia cultural.

¡Ah tiempos aquellos! Comparados con lo que se nos viene, el paraíso. Pero en qué consiste el infierno. Desde el observatorio histórico al que damos oriente, las brasas consistirán primero en el cierre de los espacios físicos, luego en la diáspora de sus integrantes a los rincones donde puedan medrar algún mendrugo, después en la disolución de sus proyectos y más allá, en el lánguido final de comedia melodramática, al estilo de los agobiados liberales de comienzos del siglo XX: ilustrados revolucionarios dedicados a la dignidad muda de zapateros remendones, con el agravante de que ya no habrá zapatos que remendar.

Resta decir que antes del ‘bicho inmundo’ esta situación ya se veía venir. Como el pastorcito mentiroso, cada final de año las cuentas no daban y las deudas crecían, y sin embargo al año siguiente empezábamos de nuevo y descubríamos maravillas, y sin darnos cuenta fuimos acumulando una experiencia que hoy parece considerable, como si hubiera sido premeditada. Y, sin embargo, siempre estuvimos a la espera del zarpazo, que finalmente nos llegó en figura de tigre microscópico, en plena apoteosis de la naranja envenenada, a comienzos de este año infame de terrores y descubrimientos.

Así pues, qué hacer: ¿resistir sin esperanzas? ¿Organizarse y luchar? ¿Que se salve quien pueda? ¿Abrasarnos en un abrazo? ¿Revelarnos en rebelión? ¿Cerrar? Todas las anteriores o cualquiera, pero hacerlo de modo que no se desperdicie el menor resquicio para sobrevivir y mantener la creación independiente; esa que en verdad nunca, óigase bien, nunca ha sido protegida, respaldada, apoyada, financiada o promovida de verdad por estado alguno. Si papá es el estado corrompido y mamá nuestro tímido y amado público, hagamos como el bobo, vivamos de papá y mamá, viendo cómo nos sacamos de encima unos cuantos vivos, que ya nos tienen ‘jartos’. Así que, a la acción.

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