Comunicadora social y periodista, especializada en Comunicación Organizacional con estudios en Escrituras Creativas. Con más de 18 años de experiencia en el sector cultural. Ha desarrollado una constante labor en el ámbito teatral como jefe de prensa, colaborando con reconocidas entidades culturales de la ciudad. Ganadora de dos becas de Idartes en Crítica teatral y periodismo cultural. Combina su experiencia en medios escritos con un compromiso permanente por la difusión y promoción del arte escénico.
Escribir sobre teatro es parte de mi día a día, pero siempre me desafía cuando se trata de ir más allá de una reseña periodística y me exige adoptar una perspectiva diferente. Como jefe de prensa teatral, la pregunta clave que siempre me planteo al abordar un proyecto es: ¿por qué el público debería ver esta obra? De esta pregunta surgen múltiples respuestas: por la historia que cuenta, por la escenografía, por el diseño sonoro, por el proceso creativo que la respalda, por sus intérpretes, por el autor, por el director… y tantos otros motivos que hacen del teatro una experiencia única. Al final, mi objetivo es claro: proporcionar al público la mayor cantidad información para despertar su curiosidad y animarlo asistir a una sala de teatro.
Pero, cuando pienso en mi experiencia personal, ver teatro va más allá de estos motivos. Veo teatro porque me conecta con lo más profundo y sensible de mi humanidad. Veo teatro para encontrar respuestas a preguntas que, quizá, están más allá de mi comprensión. Veo teatro porque me hace feliz, porque me divierte, me conmueve y me interpela. Voy a teatro porque me gustan las historias, pero sobre todo, porque me parece fascinante como a través del intérprete, se gesta el “hecho teatral” —como lo llama un amigo dramaturgo— . Me maravilla cómo el cuerpo se transforma en un vehículo de comunicación, capaz de transmitir emociones y significados que con palabras a veces no se alcanzan.
Estas son algunas de las obras que tuve el privilegio de disfrutar en 2024.
El caimán y los sapos / Compañía Nacional de las Artes en colaboración con el Teatro Bárbaro de Chihuahua (México) / Dirección: Rogelio Quintana
Basada en un texto del autor y dramaturgo mexicano Edeberto “Pilo” Galindo, es una de las obras que más me ha impactado este año. La compañía, conocida por su capacidad para abordar temas complejos y conmovedores, logra con esta puesta en escena tocar fibras sensibles y confrontarnos con una realidad dolorosa y profundamente inhumana: la trata de personas.
La obra se inspira en un hecho real ocurrido en una ciudad mexicana y narra la historia de una joven de 14 años, víctima de este flagelo. La niña es llevada a una casa donde queda privada de su libertad y es obligada a enfrentar una violencia desgarradora, tanto física como psicológica. Aunque nunca vemos a los agresores, su presencia se siente constante, representando un sistema opresor que afecta y atemoriza de manera universal, especialmente a las mujeres.
El relato expone no solo la violencia ejercida por hombres, sino también por mujeres que participan en este proceso, mostrando como el ciclo de abuso se perpetúa incluso desde quienes deberían ser aliadas. La falta de empatía y de sororidad en estos personajes resalta la brutalidad del sistema y la magnitud del sufrimiento de las víctimas.
La puesta en escena es cruda y simbólica. El escenario, lejos de ser convencional, incluye elementos como una tina y el agua, que podrían interpretarse como símbolos de limpieza y cuidado, pero que, en este contexto, se transforman en testigos del dolor, la violencia y la desesperanza. Este espacio se convierte en un lugar donde la protagonista encuentra breves momentos de conexión con otra víctima, pero también se enfrenta a una realidad que la hiere y la despoja de su humanidad.
Las interpretaciones de las cinco actrices son impactantes. En especial, los personajes de las mujeres que están del lado de los opresores generan un choque emocional, mostrando una capacidad de violencia que duele aún más por la ausencia total de solidaridad con las otras víctimas. Esta falta de empatía y complicidad con el dolor resalta una de las aristas más perturbadoras de la obra.
El caimán y los sapos es una pieza que conmueve, hiere y grita desde lo más profundo. Es una obra necesaria, que invita a reflexionar sobre una realidad que no podemos ignorar. Su narrativa, inspirada en hechos reales, nos obliga a enfrentar aquello que a menudo preferimos no mirar. Es, sin duda, una obra que todos deberían ver.
Una banda sonora / Teatro Petra / Dirección: Fabio Rubiano
Teatro Petra, dada su larga trayectoria y reconocimiento, se ha visto obligado a asumir el desafío de superarse a sí mismo, lo cual no es tarea fácil. Este grupo ha creado obras que se han convertido en hitos del teatro colombiano, estableciendo estándares que el público espera ver reflejados en sus nuevas creaciones. Este constante esfuerzo por innovar y alejarse de la repetición los ha llevado explorar nuevos lenguajes y creo que Una banda sonora es una de sus creaciones más arriesgadas hasta la fecha.
Una banda sonora es una obra de gran formato, visualmente impactante y significativa. Uno de los aspectos más destacados es su escenografía, una casa en medio de una ciudad en guerra, sus paredes se resquebrajan, hechas polvo y escombros. Este hecho no solo refleja el deterioro físico del espacio, sino que funciona como una metáfora del estado emocional de las tres hermanas protagonistas, quienes enfrentan situaciones y decisiones que las transforman, capturando el impacto emocional y psicológico de la guerra, no solo en el espacio físico, sino también en los cuerpos y el espíritu de quienes la padecen.
Otro elemento visual clave es el ventanal que ocupa un lugar central en la escenografía. Petra pone al espectador como un «voyeur», alguien que observa desde fuera, que no es invitado a entrar, pero que se convierte en testigo de la historia. Este ventanal nos confronta con nuestra propia posición como observadores de tragedias humanas. Se convierte en una pantalla: la de un televisor, un celular o cualquier medio que nos muestra el dolor y la destrucción sin hacernos partícipes directos. Desde la seguridad del otro lado es fácil dar opiniones y juicios.
Aunque son muchos los elementos a destacar de esta pieza, también cabe mencionar el papel del universo sonoro, el cual da nombre a Una banda sonora. Explosiones, amenazas y el conflicto que se desarrolla fuera de la casa invaden constantemente el espacio. Este ruido exterior impide escuchar lo que ocurre dentro, pero las acciones y gestos de los personajes transmiten de manera clara la historia. Aunque el humor sigue presente, en esta ocasión se aborda desde una perspectiva diferente: más reflexivo e irónico, el cual no surge de lo evidente, sino que se inserta de manera sutil y contundente. Se nota que esta creada con precisión milimétrica, cada detalle, desde los movimientos de los actores hasta los elementos escenográficos y sonoros están perfectamente ubicados.
Cementerio de elefantes / La navaja de Ockham, Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo y Compañía Nacional de las Artes / Dirección: Katalina Moskowictz
Otra pieza destacada es Cementerio de elefantes. Esta obra aborda el conflicto colombiano desde el prisma de la migración. En esta historia, una joven, víctima del conflicto armado en Colombia, migra a España y encuentra trabajo como cuidadora de un hombre mayor.
A medida que se desarrolla la relación entre ambos personajes, las máscaras van cayendo, y las capas de estereotipos y deberes se desmoronan. Sus verdaderas emociones comienzan a expresarse, aunque al principio parecen no tener nada en común, poco a poco descubren que comparten más de lo que imaginaban. Se entienden, se reconocen y se conectan profundamente, generando una empatía que los transforma a ambos.
Es una obra que apela a recursos muy interesantes, como el personaje interpretado por César Morales, quien no solo narra la historia, sino que también cuestiona al público y a los propios personajes sobre las decisiones y situaciones que enfrentan. Alejandro Gómez interpreta al hombre mayor, un personaje que transita los últimos días de su vida mientras lidia con una enfermedad dolorosa y el deseo de morir. Este personaje se construye a partir del uso de un títere a escala, pero las dos dimensiones: títere y el titiritero, gracias a la actuación de Gómez desaparecen, haciendo que el público acepte completamente la convención. El personaje femenino, por su parte, está profundamente marcado por la violencia. En ocasiones víctima, en otras victimaria, reflejo de las complejidades de quienes han atravesado conflictos similares.
El centro del mundo / La gata Cirko / Dirección: Felipe Ortiz
Es una obra de circo de gran formato que, fiel al estilo de la compañía dirigida por Felipe Ortiz y Luisa Montoya, combina técnicas circenses con una dramaturgia para circo. En esta ocasión, aborda un tema poco convencional para el circo, pero necesario: los trastornos psicológicos, específicamente la bipolaridad.
La historia gira en torno a un personaje llamado Victoria, que puede ser hombre o mujer, ya que lo importante no es su género, sino su humanidad atravesada por un conflicto interno. A través de este viaje personal, Victoria enfrenta las facetas complejas de su condición, reconociéndolas como parte de su identidad y encontrando la posibilidad de vivir con plenitud mediante el arte, las relaciones y el autoconocimiento.
La obra utiliza técnicas de circo como la lira, la rueda Cyr y la acrobacia, entre otras, para narrar este conflicto interno. Victoria es interpretada por siete bailarines / acróbatas / actores, expertos en sus disciplinas, que no solo destacan por su destreza técnica, sino también por la construcción de un personaje lleno de matices, representando sus múltiples facetas y, en un sentido más amplio, las distintas dimensiones que cualquier ser humano puede tener en diferentes circunstancias. Además, en esta oportunidad, la danza contemporánea atraviesa la obra como eje narrativo y de conexión emocional, complementando el impacto visual de las técnicas circenses.
Perros sin plumas /Compañía de Danza Deborah Colker / Dirección: Deborah Colker
Este año, la Compañía de Danza Deborah Colker visitó el Teatro Colsubsidio con su obra Perros sin plumas. Esta puesta en escena fusiona música, danza y tecnología a través de proyecciones de gran formato, creando una experiencia visual única que se siente como un poema en movimiento. La obra aborda temas como la migración, la condición humana, el cambio climático y la barbarie de la colonización.
Un aspecto destacable de Perros sin plumas es su diversidad corporal y técnica. La compañía reúne intérpretes con estilos y expresiones únicas, evocando una conexión con lo africano a través de tambores, colores y movimientos que recrean imágenes y conceptos asociados a esta herencia cultural. Aunque estas referencias pueden partir de imaginarios y estereotipos, logran conectar al espectador con una identidad colectiva que trasciende lo visual y resuena emocionalmente.
Con más de 14 intérpretes en escena, la obra mantiene un constante crescendo de energía y movimiento, con momentos de éxtasis donde las interpretaciones alcanzan una intensidad y emotividad impactantes. La danza contemporánea, sin una narrativa lineal o personajes definidos, apela a la sensibilidad del espectador, invitándolo a interpretar y construir su propia lectura de lo que ocurre en el escenario.
Nota al pie: Cabe resaltar que el Teatro Colsubsidio es uno de los escenarios de gran formato que cuenta con una de las arquitecturas mejor pensadas en relación con sus espectadores. Sin importar la ubicación de la silla, todo se percibe con claridad y detalle, convirtiéndolo en el lugar ideal para apreciar cualquier tipo de espectáculo.
A-Tar / DeUse-me Danza / Dirección: Mario Hernández
Celebro los formatos multidisciplinares, esas obras donde convergen teatro, danza contemporánea, circo y, en este caso, teatro físico. A-tar, del colectivo De Use-me, nos presenta una combinación de danza contemporánea y teatro físico que narra la historia de cinco personajes, invisibles para muchos, pero profundamente humanos.
Para mí, la obra explora el despojo y el desarraigo, mostrando cómo el sentido de pertenecer depende más de nuestras relaciones y vínculos humanos que del lugar físico donde nos encontramos. Habla de esos pequeños tesoros, rutinas y relaciones que, aunque sencillos, le dan sentido a la vida. Los y las intérpretes logran construir, por un lado, tres personajes llenos de matices, destacándose por una técnica que combina control corporal y expresividad, con una postura sostenida durante toda la obra.
Y por otro, una pareja, literalmente atados por un lazo que les impide avanzar, simbolizan los vínculos que, en lugar de liberar, retienen y limitan. Este contraste entre la poesía y la violencia, entre movimientos sutiles y enérgicos, es central en la obra, que logra transmitir la intensidad emocional de las relaciones y estados internos de cada personaje.
Tragédie, New Edit / Compañía de Olivier Dubois (Francia) / Dirección: Olivier Dubois
Lo más notable de este montaje es su inicio, donde 18 bailarines se mueven de manera cíclica en el escenario, que se transforma en una pasarela. Durante los primeros 10 o 15 minutos, los cuerpos de los intérpretes se exponen al público de forma directa, con movimientos repetitivos acompañados por una música pulsante. Este momento inicial puede resultar agresivo, pero rápidamente se convierte en una celebración de la diversidad, una reflexión sobre los estereotipos y una invitación a reconocer al otro y a uno mismo más allá de las apariencias.
La obra pone en primer plano la vulnerabilidad y la humanidad de los cuerpos. Con intérpretes de distintas partes del mundo, su diversidad hecha a bajo discursos prefabricados sobre el cuerpo, permitiendo al público reflexionar sobre la diferencia, aceptarla y valorarla. La técnica impecable de los bailarines está al servicio de un mensaje que va más allá de la estética: un llamado a derribar prejuicios.
Tragédie, New Edit es una obra visualmente poderosa, construida con precisión y sensibilidad. Es, sin duda, una obra que impacta los sentidos y deja huella, una pieza que se agradece en los escenarios colombianos.
¡Ay, Carmela! / Umbral Teatro / Dirección: Carolina Vivas
Es una obra que se conecta a un proyecto que admiro: el Encuentro Iberoamericano de Dramaturgia: Punto Cadeneta Punto. Este espacio que se mantiene gracias a la tenacidad y persistencia de su directora y equipo. Lugar para el encuentro y la creación, donde surgen muchas de las historias que se presentan en los escenarios de la ciudad.
Retomando la obra, ¡Ay, Carmela! fiel al texto de José Sanchis Sinisterra, mezcla humor y tragedia para explorar los horrores de la guerra y reflexionar sobre la sociedad y la política. Ambientada en la Guerra Civil Española, cuenta la historia de Carmela y Paulino (Andrea Sánchez y José Luis Díaz), una pareja de artistas de variedades que, por accidente, terminan en la zona nacional y deben realizar un espectáculo para los soldados franquistas.
Allí, Paulino pierde a su Carmela, pero no deja de verla, sentirla y olerla; su efímera presencia solo agranda el vacío, la culpa y la desesperanza de aquellos que quedan. Una pieza que captura la esencia de los personajes y el tono crítico y emotivo del texto.
Lobo / Los animistas / Dirección: Javier Gámez
El trabajo de Los animistas, bajo la dirección de Javier Gámez, se caracteriza por su capacidad para impactar los sentidos, creando imágenes cuidadosamente construidas en las que se integran actores y muñecos a escala humana. En esta obra, confluyen perros, lobos, buitres, hombres y espíritus para narrar la historia de un «Lobo» errante, un migrante que huye de una guerra solo para enfrentarse a otra; una guerra que no siempre se nombra, que a menudo se niega, pero que persiste en la memoria de quienes la vivieron, sus familias y aquellos que siguen sus huellas a través del tiempo, para recordarla, escribirla y evitar que se pierda en el olvido.
Hace poco, en dialogo con un miembro de una comunidad indígena de Pasto, resaltó la importancia de contar sus historias desde su propia mirada, no desde perspectivas externas. Esta visión resalta cómo la cosmogonía, los conocimientos y las experiencias propias pueden transformar un relato. Creo que este es uno de los logros de esta creación: su capacidad para tomar la realidad y convertirla en un acto teatral que conecta con el espectador.
Lobo es un testimonio necesario, una historia inspirada en hechos reales, de personas reales, pero convertida en poesía, la poesía de la imagen, la música, la danza, el teatro. Es fascinante, impecable y profunda.
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