Fotos cortesía de Juan David Villa
Por Argenis Leal
Comunicadora social-periodista. Jefe de prensa, relacionista pública y periodista de cultura. Ganadora del premio de Periodismo Cultural para las artes 2017.
Serie de artículos del proyecto titulado Tras los pasos del nuevo circo, resultado de la Beca de Periodismo cultural y crítica de las artes de IDARTES 2021, categoría Arte Dramático. Artículos escritos entre octubre de 2021 y marzo de 2022.
De Versalles a las calles
Juan David Villa es artista circense y clown desde 1998, uno de los primeros malabaristas de Bogotá. Consultor y experto en circología comunitaria y educativa. Promotor del nuevo circo, hacedor de sueños y proyectos sociales.
Por mucho tiempo la calle fue el escenario favorito de Juan David Villa y, los transeúntes desprevenidos, el mejor público. Recorrió varios países latinoamericanos con El pequeño circo de Balín, un varieté circense que se instalaba en cualquier semáforo o plaza, hasta que un día en Porto Alegre (Brasil), una moto arremetió contra su pierna izquierda, causando una fractura que lo dejó en cama por ocho meses, de recuerdo conserva una platina y nueve tornillos. Ahí, terminó su viaje, pero no su interés por el circo, que nació en Bogotá, donde cambio las batas blancas y la medicina por los zapatos rojos, los trajes de payaso y la psicología.
Hablando con los artistas y hacedores del circo en Bogotá, tratando de consolidar sus memorias y recuerdos en estos textos, dos nombres surgen con frecuencia y son vinculados con el momento justo donde la semilla del “nuevo circo” nace y va tomando forma. Para uno de ellos, Juan David Villa, dicha afirmación es mucha responsabilidad y aunque no cree ser el promotor del nuevo circo en Bogotá, si aclara que fue parte de un movimiento determinante para su consolidación, “hago parte de un combo de gente con la cual empezamos a hacer circo, no pertenecíamos a lo tradicional, no veníamos de las familias de circo, pero nos gustaban los malabares y empezamos a ser reconocidos por eso, ahí empezó todo”, afirma.
El otro nombre es Carlos Montenegro, alias “Monte”, un abogado de la Universidad de los Andes, quien inició a Villa en el arte de los malabares con pelotas; técnica que aprendió en Versalles (Francia), cuando viajó con el coro de la Universidad. De un viaje a Panamá trajo los palos del diablo o palos chinos, una técnica de malabares que se realiza con tres bastones. Monte y Villa se conocieron escalando roca en Suesca, pero tenían mucho más en común, sobre todo, su interés por el circo y lo social. Por un tiempo compartieron apartamento en la Candelaria, lugar desde el cual gestaron varios proyectos como: Arte en todas partes, el día del malabar y la primera Convención de Malabares del 2002, que posteriormente se convertiría en la Convención de Circo, un espacio vital para conectar a los artistas, gestores y creadores del circo de Colombia y Latinoamérica.
Cuando Monte regresó de Panamá, empezaron a salir a la esquina de El Espectador, el antiguo edificio del Teatro Popular de Bogotá (TPB). Un lugar de encuentro para compartir técnicas, ya que no se contaba con otro acceso a la información más que la voz a voz, allí conocieron a Andrés Solano y su novia, ellos hacían pasing con clavas, también conocieron a Felipe Ortíz, de La Gata Cirko, que en ese momento hacía malabares y show de fuego. “El combo de los Andes eran los chinos que tenían todos los juguetes importados y nosotros éramos el combo de los juguetes hechizos, hicimos las clavas con botellas de plástico y madera por dentro, eso pesaba muchísimo, nos dábamos durísimo en las manos, pero ¡Era muy divertido!”. Estos encuentros también los vinculó con artistas internacionales que estaban de paso, “Al conectarnos con los malabares y los viajeros de Argentina y Chile, conocimos los espectáculos de calle, los ruedos. Así como a Chaco Vachi (Fernando Cavarozzi – Argentina) y Tomate, ellos traen el payaso suramericano, que no viene del circo tradicional de carpa, es un personaje que nace acá”.
En la misma época, gracias a las pasantías universitarias Villa se vincula a los Clubes juveniles en la localidad de Suba. “Estaba combinando la psicología con el circo, pero enfocado en un trabajo con la comunidad. En los clubes terminamos construyendo bolos, era un palo de escoba forrado con neumático que terminaba en unas mechas, yo les enseñe esos palos, ellos después terminaron parándose en los semáforos, haciendo shows”. Así como él lo haría tiempo después en la Paz (Bolivia), en Quito (Ecuador), y en Lima (Perú), entre otras ciudades. Monte, fue el primero en lanzarse a la aventura y recorrer Latinoamérica, lo cual siembra la idea en Villa, tras el regreso de su amigo y conocer sus vivencias, toma las clavas, las pelotas, los diábolos y a ‘Balín’, su personaje payaso, los mete en la mochila y emprende el viaje.
Recorriendo Latinoamérica
Villa recuerda que conoció a muchas personas en su recorrido, de todos aprendió algo y mantiene gratos recuerdos, pero de algunos apenas recuerda sus nombres o apelativos. Han pasado veinte años. En Ecuador conoció a un grupo de chilenos: Soledad, actriz y payasa, parte del Parque Cultural de Valparaíso conocido como la Ex–Cárcel, junto al payaso y actor del absurdo Gonzalo, su esposo; Daniela, su hermana, malabarista y acróbata aérea y Paula Salamanca conocida como Berenjena, esposa de Marcel Salamanca, dueños de Artefactos y garabatos, una iniciativa que, actualmente provee equipos circenses a artistas de Colombia y otros países. “En Quito nos cogió migración, nosotros nos ubicábamos en los semáforos y hacíamos ruedos los fines de semana, estábamos en el parque de La Carolina. Llegué a las once de la mañana, trabajé todo el día, Paulita y los otros llegaron sobre las 3:00 p.m. Un policía nos pidió papeles, mi pasaporte estaba al día, pero los de ellos no, llevaban mucho tiempo viajando, nos llevaron a un centro de detención por siete días y de ahí nos deportaron. Fue muy gracioso, porque lo único que nos dieron fue una carta que decía que debíamos salir del país, pero nunca lo verificaron. Así que podíamos irnos para donde quisiéramos, terminamos en Cuzco”.
En la Paz fueron famosos, “nos instalamos en un semáforo, donde la directora del Museo interactivo del Kusillo, el personaje andino que representa al payaso de la cultura incaica, un museo similar a Maloka, nos vio y nos contrató por un mes. En la Paz no había circo, así que nosotros éramos una novedad. Nos llevaban a fiestas privadas, fuimos la antesala del concierto de Jon Secada, terminamos en una rumba tremenda”. Villa junto al Pollo, continuaron el camino, cambiaban de ciudad, se instalaban en un semáforo y dejaban que la vida los sorprendiera.
En Valparaíso, se presentó en las carpas del nuevo circo ubicadas en la Ex cárcel, el centro cultural que se emplaza sobre las bases de lo que fue la antigua cárcel pública de la ciudad. En Argentina fue parte de la novena convención de circo, compartió escenario con Chaco Vachi, payaso representativo en este país, artista callejero y fundador del Circo Vachi. Se marchó una semana antes del cacerolazo del 2001. A Uruguay llegó cuando el movimiento circense estaba empezando en las calles, allí se llenó de piojos, “por la mochiliada uno termina durmiendo en sitios muy paila, un amigo rasta en Montevideo, me prestó su gorro y terminé con piojos, es muy común compartir, no solo cosas, sino conocimiento, todos aprenden de todos”. La idea era estar en Uruguay durante la temporada de diciembre, las playas son el sitio obligado de artistas y turistas, pero por el cacerolazo y la crisis Argentina, el turismo se vino al piso, la moneda se devaluó. En enero se trasladó a Brasil.
Villa siempre estuvo acompañado por ‘Balín’, su alter ego payaso y su circo. Un show que contaba con un número para cada técnica; malabares, magia, diábolos, tenía hasta un participativo con el público, “para pedir el dinero, escogía un niño, le ponía un gorra y una máscara, le daba un arma y me parqueaba frente a él y decía: De dónde vengo, soy colombiano, hay niños de la edad de este man que tienen que sostener las armas, hablaba un poco de lo que vivíamos, de nuestra realidad, porque mi interés por lo social permanecía”. El pequeño circo de Balín fue creciendo, se nutrió de cada encuentro, amigos y experiencias. Cuando se encontraba a otros como él; viajero y artista, con espíritu nómada, sobre la estructura básica incluía otros números y ampliaba el ruedo, “cambiaba dependiendo de quienes estábamos para hacer la función”, recuerda.
Mauri Helmos, integrante de Los malabaristas de la Apocalipsis, compañía de origen argentino, muy conocida en la década de los noventa, no solo por sus técnicas, sino por fomentar el nuevo circo, guio a Villa en la creación de una dramaturgia para su show. “Un día le dije: ¿cómo hace uno para que el show no sea solo mostrar la habilidad, sino que sea algo más?, Mauri me dice: contando historias. Él me da herramientas para montar los números. Empecé con los diábolos, tenía un diábolo chiquito que representaba a un niño, hablaba de la inocencia y el juego, después aparece un diábolo verde, Esmeralda, el primer amor de juventud y después Rubiela, un diábolo naranja, ahí se armaba el problema, porque yo quería estar con las dos”, dice entre risas, y concluye “así como en la vida, se van dando las historias”.
Cuando llegó a Porto Alegre se hospedó en un hotel ubicado frente a la terminal de trasporte, de bajo presupuesto, donde dejó su maleta y otras pertenencias. Inmediatamente salió a buscar un semáforo para recuperarse económicamente de la mala racha en Uruguay, pero no regresó, una moto lo atropelló, despertó en un hospital. “La señora dueña del hotel, al ver que no llegaba, se comunicó con el cónsul honorario de Colombia, el señor me encontró y fue a visitarme. Entró en contacto con mis padres. A través de él se hizo todo el proceso de repatriación, me sacó de la clínica, me llevó a su casa, ahí estuve seis meses, cuando regresé a Colombia tuve que operarme de nuevo la pierna porque quedé mal”, así concluyó el viaje: dos años y ocho meses después.
Arte en todas partes
Villa de Leyva, destino colombiano obligado para viajeros y trotamundos, tiene como tradición la realización del Festival de las luces, un espacio que conecta a Villa y Monte con artistas, payasos, teatreros y acróbatas de otras latitudes. Particularmente un grupo itinerante de titiriteros que llevaba cinco años recorriendo Suramérica, ellos les darían las bases para lo que más adelante se conocería como Arte en todas partes. Conformada, inicialmente, por Sebastián Paz, Alexander Castillo y Karina Paz de origen brasileño, junto a los colombianos María Eugenia Villamonte, Javier Pinzón, Alex Romero y por supuesto Villa y Monte, “La intención era usar las artes como herramienta de intervención social”.
Bajo esta premisa, desde 1999 desarrollan acciones sociales a partir de técnicas circenses como: Los Espacios experimentales del malabar como opción del uso del tiempo libre, proyecto que hacía parte del proyecto Acciones para la convivencia de la Secretaría de Gobierno, además trabajan con el padre Javier de Nicoló en Idipron y hacían intervenciones en el Chorro de Quevedo desde lo artístico, para cambiar las dinámicas de la zona e impactar la disminución del consumo de drogas.
Compañías colombianas con mayor trayectoria también sumaron otros ingredientes a la construcción de su historia. Con La Corporación Colombiana de teatro crearon una versión clown y de malabares del clásico de Shakespeare, Romeo y Julieta. En el marco del festival de teatro de Calle Al aire puro del Teatro Taller de Colombia, Villa y Monte conocieron al maestro Mario Barzaghi (Italia) fundador del Teatro dell’Albero, en un taller intensivo de clown, además fueron parte de la comparsa de inauguración y de la programación del evento con la primera obra, resultado del trabajo creativo de Arte en todas partes. Posteriormente, conectaron con Circo Ciudad, proceso de formación en circo dirigido a jóvenes de la localidad de Ciudad Bolívar, donde conocen Alex Ticona, payaso de origen peruano, director desde 1998 de La tropa del eclipse, compañía de teatro contemporáneo, que realiza una intensa investigación en la mezcla de técnicas de teatro y circo, sobre todo en la técnica de la comedia física basado en los payasos clásicos.
Los encuentros pedagógicos, creativos y experienciales con compañías y artistas nacionales e internacionales fueron fundamentales para la consolidación de lo que se puede llamar nuevo circo. Espacios que Villa y Monte promovieron permanentemente como, La Convención de Malabares hace eco en otras compañías, como La Gata Cirko, que inicia un proceso de formación en aéreos con Maya, artista invitada de origen argentino. Un día aterrizaron en un taller de circo Wilmer Márquez y Edward Alemán, Villa les enseñó a montar en monociclo y a jugar diábolo. Los ayudó para que pudieran presentar sus números, les hizo su primer contrato como artistas y los involucró en la naciente escena circense. Actualmente radicados en Francia, son directores de la compañía de circo El Núcleo.
A pesar de los éxitos logrados, Arte en todas partes, comienza a tambalear. Después de su viaje y retorno inesperado a Colombia, Villa retomó el trabajo, pero su esfuerzo no logró mantenerla en pie, “no logramos entender la lógica de gestionar recursos para financiar proyectos de circo”, concluye.
La ventana Circo y un nuevo comienzo
Tras el cierre de Arte en todas partes, Villa viajó a Urabá, dictó talleres de circo a niños y niñas como parte de un programa social de cooperación internacional. Después se trasladó a Sierra Morena en Ciudad Bolívar. Finalmente se convierte en payaso hospitalario, miembro de Doctora Clown, allí se desempeñó como psicólogo y director de proyectos, espacio donde conoce a Erika Ortega con quien funda La ventana Circo, compañía con más de 15 años de trayectoria. “La ventana era un lugar para todos, teníamos una bodega en la Candelaria donde se entrenaba permanentemente, había bailarines, acróbatas, y otros artistas. Hacíamos acrobacias, pulsadas, telas, trapecio, talleres de clown y hasta impro. Se reunía mucha gente, y de esa junta de tanta gente, empezamos a pensar en un primer espectáculo. Así llegamos a Cicle, protagonizada por Chichila Navia y Santiago Alarcón”.
La obra, estrenada en el 2009 en el Teatro Cafam, parte de una reflexión sobre la muerte, la cual construye un lugar de tránsito donde las almas de cuatro clowns deben abandonar las penas y miedos para poder avanzar. Más de 15 artistas, entre acróbatas, músicos y payasos, dieron vida a este espectáculo de nuevo circo y dejaron al público pensando sobre el origen de la compañía y sus artistas. “La gente que la veía, nos decía que no creían que fuera de acá. Fue un montaje con toda, hacíamos acondicionamiento físico en la liga de gimnasia de Bogotá y talleres de clown. Fue una experiencia muy bonita y una de las primeras obras de gran formato en circo que se hizo en Bogotá”.
Con La ventana, fueron once años de eventos empresariales, creaciones artísticas y proyectos sociales de escala nacional, área donde Villa se siente más cómodo. Desde los doce años quiso estudiar medicina, pero cuando llegó a la universidad, descubrió que en un sistema como el nuestro es muy difícil servir y seguir el juramento hipocrático, por lo cual se trasladó a la psicología, disciplina que le permitió trabajar con jóvenes y comunidades, en donde el circo y sus diferentes técnicas son su principal herramienta. Tras la pandemia se desvinculó de la compañía y retomó un término que siempre ha rondado en su cabeza, la circología: “ahora me presento como experto y consultor en circología comunitaria y educativa, la unión de la psicología y el circo, las artes del buen vivir, el cultivo del ser humano en todo aquello que aporta al goce y el disfrute”.
Lea los artículos enlazados al proyecto Tras los pasos del nuevo circo:
De Circo Ciudad a Payasos sin fronteras
Cuando el circo llama. La Gata Cirko un destino inevitable