Cuando el circo llama. La Gata Cirko, un destino inevitable. 

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Foto cortesía de La gata Cirko

Por Argenis Leal 

Comunicadora social-periodista. Jefe de prensa, relacionista pública y periodista de cultura. Ganadora del premio de Periodismo Cultural para las artes 2017.

Serie de artículos del proyecto titulado Tras los pasos del nuevo circo, resultado de la Beca de Periodismo cultural y crítica  de  las artes de IDARTES 2021, categoría Arte Dramático. Artículos escritos entre octubre de 2021 y marzo de 2022.

La magia empezó en una playa, uno de los protagonistas de esta historia solo quería hacer malabares con fuego.

La Gata Cirko es una de las primeras compañías independientes de circo en Bogotá, que surge de la necesidad de construir una agrupación estable, sobre todo, un grupo con y para experimentar y llevar el cuerpo a otras posibilidades, donde el teatro, la danza, la acrobacia y variadas técnicas de circo se conjugaron y convirtieron en herramientas de exploración e innovación narrativa. Como si el destino hubiese estado escrito para Felipe Ortiz y Luisa Montoya, el circo ha sido ese motivo y lugar que a lo largo de sus vidas los ha seducido, inspirado e impulsado. Tras diecinueve años de labores ininterrumpidos sus creaciones han recorrido pequeños y grandes escenarios, donde los ojos asombrados del público han sido la mejor recompensa.

Felipe Ortiz nació en Bogotá y llegó al circo por accidente. En su infancia, motivado por su padre, practicó varios deportes, demostrando una habilidad física sobresaliente que posteriormente le permitió desempeñarse con facilidad en el escenario; aunque no tenía un contacto directo con las artes escénicas a nivel profesional, más allá de una pequeña fiesta familiar de roles al final de cada año. Al terminar el colegio prestó servicio militar, fue parte de la escuadra de Aeromóviles, donde sin buscarlo, terminó realizando acrobacias y demostraciones públicas; eran muestras helicoportadas, dirigidas a oficiales extranjeros que llegaban a la escuela de Lanceros de Tolemaida. Para Felipe, era como estar en un gran show, “En Tolemaida había una torre que simulaba un helicóptero en vuelo estacionario, tenía cerca de veinte metros, de la cual yo saltaba para hacer el salto del león, era legendario, muy pocos podían hacerlo, parecía que dabas un salto al vacío en caída libre y aterrizabas de pie. Me divertí muchísimo”, cuenta entre risas. Tras su regreso a Bogotá inició estudios en Diseño industrial en la universidad de los Andes, “Aunque me gustaba todo lo que tenía que ver con el cuerpo, en mi cabeza nunca estuvo dedicarme a las artes escénicas y menos al circo, no era una opción de vida viable en esa época”.

Sin embargo, nuevas puertas se abrieron en su camino. En el primer semestre en los Andes ingresó al grupo de teatro universitario bajo la dirección de Fernando Montes, heredero del método Grotowski y director del Teatro Varasanta. Además, practicó gimnasia y capoeira, en una búsqueda intensa por llevar su cuerpo a otras dimensiones.  A través del teatro conoció las posibilidades expresivas. Un viaje a Santa Marta, sería el que lo acercaría al circo definitivamente. Fueron las playas blancas del Parque Tayrona, destino obligado para turistas, locales y trotamundos, el escenario perfecto para la música y el encuentro. “viajamos con unos amigos de la universidad, llevamos unos tambores y nos instalamos en la playa. Esa noche llegó un español, el hombre sacó un par de antorchas, las encendió y comenzó a hacer malabares con ellas. ¡Fue increíble!, eso no se veía acá, yo quedé completamente alucinado. Pensé – yo quiero hacer eso, quiero generar lo que este ‘man’ está generando en toda esta gente-. A la mañana siguiente le caí donde estaba hospedado, le dije que me enseñara, me dio unos patrones básicos de malabares con tres pelotas y me recomendó un libro, eso fue todo”, recuerda.

En 1999, en Colombia, no se tenía acceso a ese tipo de objetos y la información sobre el circo y sus técnicas eran precarias. La encargada de recorrer las calles de algunas ciudades europeas, fue su hermana, para adquirir un set de malabares que constaba de cinco pelotas, tres clavas, tres antorchas, una bola de contact y un diábolo, junto al libro: the complete juggler.  “Yo pasaba entre tres y cuatro horas diarias practicando lo que decía el libro, me la pasaba dándole”. Texto que aun reposa en uno de los estantes de la oficina de La Gata Cirko, ubicada en el barrio Colombia de Bogotá, la cual cuenta, además,  con un espacio que funciona como lugar de ensayos, práctica y escenario, según sea la necesidad, y una bodega donde se encuentra gran cantidad de artilugios, vestuario y todo tipo de dispositivos que se han construido para sus espectáculos.

Para Luisa Montoya el camino hacia el circo se dio a través del movimiento y la danza, fue parte del grupo del colegio desde corta edad y posteriormente se acercó a un nivel más profesional cuando inició sus estudios en Antropología y después Psicología en la Universidad de los Andes, en donde ingresó al grupo universitario dirigido por el bailarín y coreógrafo Carlos Latorre junto a la bailarina Elizabeth Ladrón de Guevara. “Por una orientación en el colegio y la insistencia de mis padres de hacer una carrera formal, decidí estudiar estas dos carreras, solo terminé una. Fue algo que no disfruté, era una obligación, un debate entre el querer y el ser, terminar algo que empezaste y que los papás quieren que termines, y por el otro lado bailar, sentir, explorar”, recuerda de esa época.

Conoció a Ortiz en Villa de Leyva en el marco del Festival de las Luces de fin de año, aunque los dos recorrían los mismos pasillos de la Universidad. “Teníamos una presentación con el grupo en el parque principal, pero no había luces, uno de mis compañeros le pide que nos ilumine con fuego, él andaba con las clavas y las antorchas para todo lado, así que hicimos todo el show iluminados por las antorchas de Felipe, fue espectacular, ahí lo conocí, nos hicimos amigos, nos encarretamos. Yo empecé hacer malabares y él empezó a bailar”.  En esa época el combustible para hacer el show de antorchas era gasolina blanca común y corriente, la misma se usaba para escupir fuego. Actualmente, se usa una mezcla de líquidos inflamables menos dañinos, como la parafina, que cuenta con un punto de inflamación alto pero la temperatura a la que arde es más baja.

También en la universidad, Ortiz conoció a Beto Urrea, con quien incursionó en la improvisación, el clown y el combate escénico. Experiencias que le permitieron construir un personaje que lo sacaría de apuros económicos y lo cuestionaría sobre su futuro. Un clown o payaso, la diferencia radica en el idioma que se use para denominarlo, aunque según lo explica Ortíz, la palabra payaso se asocia con el circo tradicional, mientras que el clown se asocia con la comedia física, pero en esencia son lo mismo “un provocador de emociones, que busca hacer reír, sentir y reflexionar con su visión del mundo y sus intentos de posarse por encima de sus fracasos, un personaje que muestra su vulnerabilidad sin tapujos, lo que lo hace tremendamente humano y permite una conexión inmediata”.

Debido a la crisis agraria por la que atravesaba el país, los padres de Ortiz migraron a Ecuador, pero Felipe decidió quedarse en Bogotá; para solventarse económicamente montó un show de clown y música, en el parque de Usaquén. “Hacía tres presentaciones todos los domingos, en compañía de un baterista, ahí me di cuenta que podía hacer dinero con esto. Aunque seguía estudiando diseño industrial, las artes seguían llegando de una manera muy libre a mi vida, empecé a sentir que mi carrera estaba castrando mi creatividad, nada de lo que deseaba hacer era viable para mis profesores”.  Entonces, Betto su amigo y compañero le dio esa motivación que quizás necesitaba, partió a Londres para estudiar teatro físico, pero terminó tomando un taller de clown con el maestro Philippe Gaulier. “Me llamó y me dijo: tienes que venir y hacerlo. Yo sentí que era ahora o nunca, así que abandoné la carrera y viaje a Londres. Recuerdo que cuando llegué a migración me preguntaron: ¿usted viene a estudiar clown?, como era muy inseguro con el idioma, la persona que me entrevistó no me creyó y llamó a un traductor, él me preguntó lo mismo y yo respondí lo mismo. El traductor se giró y le dijo -pues sí, es un payaso-; ese momento fue muy significativo para mí, porque dije: ¡hijueputa soy un payaso!”.

El compromiso con sus padres era regresar y terminar la carrera, pero eso nunca pasó, en Europa se encontró con colegios que daban clases de circo a los niños desde muy pequeños, artistas, espectáculos, el circo como una opción de vida y un arte muy respetado.  “Cuando regrese mi hermana me dijo: si usted tiene esto claro lo vamos a apoyar, pero tenga claro qué tipo de artista quiere ser

El video de Quidam y el árbol de la Universidad Nacional 

Quizás antes o después del viaje a Londres, ubicar el evento en el tiempo es un poco confuso; llegó a las manos de Felipe y Luisa, un video en formato VHS del espectáculo del Cirque du Soleil: Quidam, dirigida por Franco Dragone, la novena producción de la reconocida compañía, estrenada en Montreal en 1996 y que estuvo en circulación itinerante por más de veinte años. En un escenario minimalista a partir de una estructura monolítica se representó un aeropuerto o estación donde las personas siempre iban y venían. A través del montaje se contaba la historia de Zoe, una muchacha triste y desesperada a la que sus padres no prestaban atención, así que ella sueña con el mundo curioso de Quidam, en una tentativa de escapar de su tristeza. Entre los actos más representativos se encontraban la rueda alemana, contorsiones, juegos aéreos, equilibrios, actos de rotación, malabares y cuerdas españolas, entre otros.

“Cuando llegó ese video sentí que todo lo que estaba haciendo tenía sentido. Que no tenía que escoger, ahora sabemos que eso que veíamos era el nuevo circo y que envolvía todo” comenta Ortíz.  Es común que los artistas colombianos lleguen al circo por la necesidad de tener un espacio que les permita fusionar el teatro, la música, la danza y las acrobacias en un solo escenario, ese es quizás el común denominador, la búsqueda de un lugar que les permita crear con libertad y que ahora se conoce como circo contemporáneo o nuevo circo. Felipe también recuerda que fue en ese momento donde empezaron a pensar en la consolidación de un grupo, “hacíamos muchas cosas, todas en relación con el cuerpo y la creación, malabares, improvisación, danza, teatro. Queríamos un grupo de teatro pero que fuera muy físico, que también tuviera acrobacia y danza, o un grupo de danza que fuera muy teatral”.

Para Luisa el video significó un salto al vacío, “yo había visto circo tradicional pero no me llamaba la atención, jamás me imaginé hacer circo, aunque trabajaba con Felipe yo seguía con la danza, pero en el show de Quidam había un número de telas, que fue uno de los primeros que se hicieron, era aún algo muy nuevo en el mundo de los aéreos. Quedé enamorada de la tela viendo a esa chica. Pero no tenía  ni idea de dónde o cómo aprender a hacerlas”. Viajeros y mochileros traerían la respuesta a esta pregunta, artistas itinerantes provenientes de Brasil y Argentina empezaron a llegar a Bogotá y a otras ciudades, ellos traían gran influencia europea, como Pepa Francesa, quien dictó un taller de trapecio y telas. “No pude asistir, pero un amigo después me enseñó los nudos más sencillos”, recuerda Montoya. Tiempo después llegó Maya, de origen argentino, quien haría parte de la primera convención de circo realizada en el parque La Florida, organizada por Arte en todas partes.

Tras la insistencia de Luisa y otros artistas, Maya decide pasar un tiempo en la ciudad y dictar un taller, “fue en un árbol que queda en la Universidad Nacional cerca de la capilla, en una rama (aguantó varias generaciones de gente haciendo telas) que hace un par de años se cayó. El primer día llegamos y estaba lloviendo, pero cuando uno tiene ganas no importa nada, pusimos un plástico y con un zapato amarrado lanzamos la tela, ahí aprendimos algunas cosas básicas. Yo era flacuchenta, no tenía fuerza, no podía invertir, no duraba nada agarrada, pero con la danza sentía que podía decorar el movimiento, además todo mejoró con los años y la práctica”. Después del taller, se consolidó un grupo permanente que se encontraba bajo el mismo árbol para entrenar tres veces a la semana.

Luisa junto a Alejandro Cano y a partir de nuevos videos que llegaban, se dieron a la tarea de entender, decodificar y descomponer los diferentes elementos que componían cada figura. “Teníamos un Spiderman articulado con una telita, que lanzábamos al vacío a ver qué le pasaba, ¡pobre muñeco!, obviamente nunca reaccionaba igual que nosotros, afortunadamente nunca tuvimos ningún accidente, hacíamos todo muy controlado y aunque lo lográbamos no era con la técnica indicada”. También recuerda que cuando se presentaban manifestaciones en la Universidad Nacional tenían que llegar corriendo a bajar la tela en medio de los gases y las trifulcas. Montoya dividía su día entre la antropología, clases con la compañía Danza Común y las telas, “un día incluso hicimos piraña asada, la tela quedó oliendo a pescado, nos divertíamos mucho, era el mejor momento del día”.

Tras obtener el título de Antropóloga, Montoya, empezó a trabajar con Opción Colombia, un año después del terremoto de Armenia, con población afectada por el desastre natural. “La gerente social del proyecto tenía una maestría en educación y circo, así que todo el trabajo estuvo vinculado con expresiones artísticas. Me gustó mucho esa conexión, pero perdí todo mi interés por la antropología” afirma. La conexión con la danza contemporánea también cambio, aunque era parte de algunos montajes, sentía que el público no se conectaba. En el 2003 empezó a incursionar en la danza de fachada, por lo cual viajó a Argentina a tomar un taller de aéreos con Brenda Ángel. “No fue lo que esperaba, sentí que la información era demasiado contenida, me estaba gastando todos los ahorros y solo tenía dos clases a la semana. Pero la persona que me hospedaba, amiga de Felipe, me invitó a conocer el Circo Criollo de los Hermanos Videla, pioneros del circo en ese país, un galpón divino, allí conocí un montón de gente y empecé a avanzar y ver que era posible”.

Posteriormente viajó a Brasil, los planes era estar un mes en Argentina y tres semanas en Rio de Janeiro. Allí tomó clases con la Nana Álvarez, una de las primeras latinas en estudiar en la escuela nacional de circo de Francia. “Cuando llegué no tenía tanto dinero, pero la Nana me dijo: ¿viniste desde Colombia solo por dos semanas?, quédate más tiempo, yo te ayudo con algunas clases. Apreté mi cinturón y lo logré. Esa experiencia fue reveladora, fue entender una técnica de verdad, aprendí sobre calentamiento, estiramiento y el manejo del aparato, todo lo que significa una técnica, antes me subía y hacía figuritas”. Al regresar, Alejandro Cano le pidió dirigir su proyecto de grado en artes plásticas, un espacio ideal para integrar todo lo aprendido.

“Debemos partir de la idea de que nunca hemos estado totalmente formados, aunque viajé a estudiar fue muy poco tiempo, por eso es necesario estar en constante formación y entrenamiento, han sido veinte años desde que empecé, pero es necesario actualizarse. Durante la pandemia estuve tomando clases de aro con una mexicana. Esto nunca termina sobre todo porque no hemos tenido una escuela en Colombia”. La Gata Cirko fue uno de los grupos que entre 1999 y 2003 incursionó en varias técnicas circenses, iban un paso adelante, por eso cuando llegó una sede propia fue inevitable pasar el conocimiento.  “Creo que uno debe aprender siempre, sigo viajando y traigo de todo, desde inspiración para los espectáculos, así como aparatos para la compañía, los últimos fueron una hula hula de luz, cables elásticos y arneses especiales. También dicto talleres de improvisación física (esa es otra larga historia de creación), el realismo mágico aplicado a la improvisación. Normalmente estoy cuatro meses del año fuera, dictando o tomando talleres”, comenta Felipe.

De las fiestas electrónicas a los escenarios teatrales

Los beat creados a partir de instrumentos digitales, comenzaron a invadir las noches bogotanas, las fiestas electrónicas eran el boom del momento y el show central estaba a cargo de Ortiz y compañía. “Tenía muchos amigos que empezaron a hacer fiestas de este tipo, yo hacía shows de fuego y swing, con vestuarios muy llamativos, al inicio era solo jugar, quemar combustible, seguir la música, después los shows se volvieron más complejos, Luisa ya me acompañaba”. El Swing es una técnica circense que combina movimientos en disociación con distintos elementos como antorchas, banderas, cintas, objetos lumínicos y cadenas, entre otros, al ritmo de la música, una técnica perfecta para la noche, con un alto componente visual y de diversión. En una de esas ‘rumbas’ conocieron a alguien que les pidió un show empresarial, en ese momento todo cambió. Fue necesario involucrar más gente al proceso, los espacios de encuentro y entrenamiento que se venían dando fueron fundamentales para que la compañía surgiera.

Se puede decir que ahí empezó La Gata Cirko, “tuvimos una escuela impresionante, diseñábamos espectáculos para eventos pagos que nos permitieron experimentar, probar y desarrollar un músculo creativo”. En el 2003, tras varios años de trabajo y experiencias significativas, se registraron ante la Cámara de Comercio y entes oficiales, con el nombre de Gata Cirko, para poder participar en convocatorias y otros procesos de contratación. El nombre surge de un juego de palabras, estaba de moda la champeta de El Gato Volador y lo que comenzó como una broma, término como nombre oficial, también ese mismo año deciden lanzarse al ruedo con su primer montaje: Dejavu, la primera temporada se agotó rápidamente. “Recuerdo que llegaba gente que me decía –marica, hay unos franceses presentándose en el Teatro Libre con una vaina de circo buenísima, ¡tienen que ir a verlos!, Éramos nosotros”, concluye Ortiz.

Déjà vu y los procesos de creación 

Tras siete años de trabajo constante, varias técnicas y actos contaban con la suficiente solidez para formar parte de un show más ambicioso: Déjà vu. Ortíz y Montoya junto a Jorge Salcedo se proponían llevar a escena la historia de dos utileros que, arreglando la bodega de un teatro, despertaban a diversos personajes, fantasmas, recuerdos y memorias, quienes a partir de técnicas de circo contaban sus historias. Una experiencia de movimiento que recurre al clown, la acrobacia, los malabares, las técnicas aéreas, el teatro y la danza; desdibujando la frontera entre lo real y lo fantástico. Montaje que se presentó por varias temporadas en el Teatro Libre de Chapinero.

“Todo esto fue muy orgánico, en ese momento fueron las ganas de hacer un espectáculo, tenía una idea de la dramaturgia, sin saber qué era dramaturgia o que se llamaba así, quería contar una historia, era muy importante para nosotros esa parte.  Como Betto y yo hacíamos clown, éramos los protagonistas, el hilo conductor como en los espectáculos de circo tradicional, dos utileros que arreglando una bodega van encontrando cosas de obras que se presentaron en ese teatro y que cobran vida. Yo pensaba que si esto funcionaba era una señal de que por aquí era la vuelta”, comenta Ortiz.

Este primer montaje también les permitió definir roles, que con el paso de los años serían garantía de la permanencia de la compañía en la escena local, nacional e internacional. Felipe se desempeña como director general y dramaturgo, además por sus conocimientos e interés en el diseño, la historia del arte y las proporciones, desde los shows empresariales ha definido una línea estética y visual que se mantiene hasta la fecha. Luisa tomó el cargo de productora general, “normalmente Felipe llega con la idea o hacemos lluvia de ideas, pero siempre es él quien consolida la historia y yo hago toda la parte de producción, él dice metemos esto y aquello, y yo digo nooo, no se puede-. Yo me encargo de organizar cada cosa, ese rol de la producción empezó a ser claro hace pocos años, al principio yo no iba tan rápido como Felipe, creativamente hablando, después entendí que mi rol iba por otro lado, el de la producción y la gestión, para que todo sea posible en el escenario, para que lleguen los recursos”, aclara Luisa.

Disminuir su tiempo en  la sala de ensayos y entrenamiento no fue una decisión fácil para Montoya, pero La Gata lo pedía a gritos, era necesario que uno de los dos asumiera ese rol, “al principio lo hacía, pero no muy comprometida, y fue ahí cuando nos robaron, fue año y medio de no pagar arriendo en una de las bodegas, más impuestos, fue un golpe muy duro,  pero cuando pasó todo esto me di cuenta de mi fortaleza , entender  las dinámica de la Gata y hacerme responsable de lo que construíamos.  Pensé, debo asumirlo, no puedo estar abajo entrenando todo el tiempo, asuma que debe estar acá en la oficina si quiere mantenerlo. Para mí fue un momento super importante con respecto a La Gata, y con respecto a lo que quería como artista y mujer”.

Y es que sostener una compañía no solo depende de las ganas, es vital contar con procesos administrativos y de producción, sobre todo cuando se crece en distintos frentes. Además, a nivel artístico cada nuevo montaje significaba un gran reto sobre todo por la rotación de artistas, “yo imaginaba un grupo estable con el cual poder experimentar y crear, pero cada vez que pasaba una obra, los artistas se iban, porque les salían nuevas cosas y nosotros teníamos que empezar de nuevo. Al principio era como estar dando pasos en reversa. Después me di cuenta que cada artista llega con nueva información, nuevos cuerpos y con otros conocimientos”. Procesos como Circo Ciudad, la escuela de Circo de Cali, Circo para todos, así como el surgimiento de nuevas compañías de circo e incluso la consolidación de su propia escuela de formación han sido fundamentales para el crecimiento y consolidación del movimiento circense en Colombia, por ende, la permanencia de un equipo de artistas en los últimos años.

“El circo tiene esta cosa mágica de la familia, como ser humano te reúnes con un grupo de seres humanos y pones en riesgo la vida y disfrutas ponerla en riesgo porque sabes que estos seres humanos están cuidando de ella.  Es algo que para mí no tiene comparación con otras artes, se vuelve tu estilo de vida, lleno de aventuras, retos y logros constantes a través de una expresión artística que te permite soñar y a la vez hacer soñar a la gente”, afirma Felipe. Y así, pasaron de shows unipersonales a crear eventos con más de 600 artistas en escena; como la clausura del Mundial Sub 20 en el Campín (2011) o la inauguración de los Juegos Mundiales en Cali (2013), ya son más de 20 obras en repertorio. “Cada estreno es increíble, y es ahí cuando uno dice qué maravilla haberme dedicado a esto y no a otra cosa” concluye Montoya.

Hablando del nuevo circo 

Las historias que atraviesan sus creaciones, surgen de diversas maneras, usualmente desde la creación colectiva, lluvia de ideas o improvisaciones, la dramaturgia siempre ha estado presente, aunque no de una manera consciente, todos sus espectáculos han contado con una narrativa clara, un eje articulador. “Cuando nos decían vamos a lanzar el nuevo carro de Mazda que tiene estas cualidades: es rápido y seguro, nosotros tomábamos esas cualidades y creábamos un espectáculo de circo que hablaba de eso. Para mí la dramaturgia es ese tejido que lo envuelve todo y lo hace  un todo, es lo que hace que la música, la estética, la historia, los actos, la iluminación, todos los elementos que componen un espectáculo se ensamblen y sean coherentes, viene  mucho del concepto de Eugenio Barba, quien dice  que hay tres dramaturgias, la que nace cuando  aparece el público, la que envuelve la historia y otra la que lo teje”.  Por ejemplo, La Esperanza, una obra en formato audiovisual estrenada en el 2020, nace de la necesidad de contar las experiencias vividas por los miembros de la compañía durante el encierro en el primer año de la pandemia, de ver el absurdo de la vida, y Las raíces flojas habla de la migración, de todo aquello que obliga a una persona a abandonar su lugar de origen.

Para La Gata el concepto de nuevo circo aparece por primera vez con el video del Cirque du Soleil y su obra Quidam, les dijeron que era circo contemporáneo, que se había reinventado el circo, pero desde sus primeras indagaciones, tenían claro que querían fusionar técnicas circenses con danza y teatro para narrar historias, principal característica del circo moderno. “El nuevo circo es un espacio de creación donde convergen todas las artes escénicas, las artes en general, es un lugar muy poderoso a nivel narrativo, porque tiene el potencial de crear metáforas completamente estéticas y trasformadoras, para mí es un mundo ilimitado de creación” afirma Ortiz. Para Luisa era todo eso que venían haciendo, “el circo contemporáneo es una mezcla de artes, que se van conjugando, más que nuevos lenguajes son posibilidades de creación”.


Lea los artículos enlazados al proyecto Tras los pasos del nuevo circo:

De la carpa al escenario

De Circo Ciudad a Payasos sin fronteras

Una ventana para el circo

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