Director, dramaturgo, guionista, actor, docente y fundador del colectivo artístico Espectro Doméstico. Premio Nacional de Literatura por su antología Bogotá en tinta roja. Egresado de La Escuela de Arte Dramático del Teatro Nacional. En el 2020 publico el libro de cuentos Putas, monstruos y otros seres inofensivos y en el 2021 el poemario Una palabra tuya bastara para matarme con la editorial Los Santos Malcriados colectivo con el que realizó y editó la primera revista de artes visuales y escénicas juveniles La malcrianza. Ha escrito mas de veinte obras, algunas de ellas han sido montadas por otros directores. Para cine ha dirigido y escrito el cortometraje Cruce de palabras y las series El encargo y No estar listo.
Es 2023 y todavía aparece la pregunta por la utilidad del teatro. Si bien no aparecen respuestas todos los días o si bien aparecen y desaparecen muy rápido, es gratificante que las preguntas no dejen de aparecer. Tal vez es porque el teatro es el derecho estético a preguntarse por las cosas, así sus respuestas varíen o estén destinadas a estrellarse entre información apilada y las cosas importantes… bueno, lo que nombramos importante. Algunos formatos se actualizan. Sus costos nos dejan ver los avances posibles en el teatro (o no). Pero el teatro requiere dos cosas a la vez. No sólo el avance, sino la virtud del retroceso. Como si el devolverse o el desnudarse fuera el camino evolutivo. ¡Bang! Pienso en una posible utilidad del teatro y es en su insistencia por no controlar el mundo. El teatro se queda con una pequeña parte del mundo y no se adhiere a la guerra del control sobre las cosas. Eso, en un futuro tendrá más claridad, cuando podamos sentir que ese espacio escénico que todo lo hace bienvenido, no quiere enterrarnos las agujas como otras instituciones del mundo.
Se acaba el 2023 y pude sentir el avance del teatro en formatos medianos y sencillos. La virtud de lo pequeño y lo cercano a veces consiste en preguntas sensibles y no por ello cómodas. “Descaros, renuncias y cansancios”. Tres lugares de los que hemos escapado por creer que el avance consiste en una escalera y hoy por hoy, gracias a estos formatos podemos habitarlos al empezar a desmentir el avance y comprendernos como espectadores y actores en una espiral de creaciones.
El avance es poder desaparecer y no tener miedo de volver a dejar algún rastro. Una evidencia de ello:
Perorata de un tomate cuadrado / Grupo Móvil / Dirección: César Badillo.
Coco y Poli, por ejemplo, se devolvieron. Trajeron a su maestro, que es nuestro maestro y que queremos que sea el maestro de otros en un futuro, cuando haya que devolverse. Lo trajeron casi de manera traicionera. Se abrió un ventanal de La maldita vanidad y pudo verse al maestro cansado, exhibido, como en promoción, como un regalo que quieres. Pudo por unos segundos sentirse real. Es él. Pero entonces, qué va, Santiago baja y uno sabe que no es Santiago, que es Poli. Que todo esto es un juego. Uno de preguntas sensibles y honestas al encarar la bajeza de sus posibles respuestas. Coco, Poli y el equipo de trabajo, por ejemplo, avanzan al valerse de la inteligencia artificial para hacer tejidos interesantes entre lo falso y lo verdadero. Disfruté esta obra cantando y llorando, una letra que luego me dijeron era de la obra A manteles de La Candelaria. Una canción que nos invitaba a no temblar, en esas semanas en que a Colombia se le movía el piso.
Falsa fachada / Dirección: Felipe Vergara
Felipe no sólo se devuelve sino que renuncia públicamente y luego se vuelve inesperadamente un meme. Apareció bailando por la cámara del noticiero por no querer renunciar a su línea y la gente al verlo como un don nadie, politizó su baile, como era de esperarse. Felipe afirmó que bailar por vías públicas es un asunto político y se rió de las cosas que inmediatamente se vuelven mediáticas. Como técnica de no querer dejar de bailar, hace un descaro de obra que no es obra. Es descarada porque desde el título admite la falsedad. Y las falsedades enamoran. La trampa de la falsa fachada consiste en mandarnos a vivir una verdadera obra que está fuera de esa obra. Hermoso. Está permeado de dispositivos que son dinámicos por su brillantez y sencillez. Me divertí y me sentí esperanzado por las presencias de Isabella Martínez y Laura Nepta que oscilaron también entre actuaciones y no actuaciones para confundirnos. Y como conclusión, me dieron ganas de renunciar a mi también. No renuncié, pero me dieron ganas. Acepté que algún día renunciaré.
Espectro, un cuerpo que se resiste a desaparecer / El Hormiguero Teatro / Dirección: Andrés Caballero
Caballero se devuelve tanto que nos pone en oscuridad, a preguntarnos por la necesidad de la luz. ¿Luz para qué? ¿Para ser vistos? ¿Para ser reconocidos? ¿Todo esto para qué? preguntas que se empiezan a amontonar en este hormiguero. Se arma uno en Espectro, la posibilidad de un documental como siempre se hubiese querido, en vivo y con atmósferas sensoriales. Además de unos acompañamientos musicales necesarios. La guitarra electroacústica que Juan Barona toca, lo lleva uno al mundo sombrío lovecraftiano de Metallica en los años 80. En esta obra uno percibe que el tiempo no tiene forma pero sí geometría. Que las líneas sí unen puntos para marcar un camino. ¿Camino a dónde? Vaya usted a saberlo. Pero allá hay que ir. ¿A la muerte? Seguramente, pero, ¿A qué lugar exactamente? La memoria parece ser un lugar tangible. Es un buen pretexto además para conocer la historia de Caballero y su familia y para ver a Fernando Bocanegra correr.
Supernova / Espectro doméstico / Dirección: Angie Ligeia
No podría no hablar de Supernova. Me inspiró como artista y me impulsó como humano. Me delató como escritor. Me jodió. Gracias a su descaro casi sinvergüencería. La actriz, la directora y la escritora se ponen en un paredón. No sólo a ellas mismas, que es una sola persona, sino a sus colegas y sobre todo a los personajes. ¿Quiénes son esos tipos? ¿Otros? ¿uno mismo? ¿un pedazo de uno? No sé pero uno decide darles voz, así como Angie se la dio a Marilyn Monroe y a su vez se la dio a Edwin al tejerle una plataforma para encarnar un personaje icónico, al que ya hemos visto en aproximaciones repetidas veces. Es un espectáculo gigante en pocos metros cuadrados que nos deja ver lo vulnerables que somos al retratar la vida en el teatro.
Una banda sonora / Teatro Petra / Dirección: Fabio Rubiano
Abro esta reseña sin haber visto la obra y la cerraré una vez tenga la certeza de haberlo hecho. Así que quiero hacer unas apuestas, ya que desde que apareció el nombre de la obra, el posible nombre con algunas sugerencias más, la descripción y las piezas y afiches, empecé a tener afinidad por ella. Porque soy descarado y quiero ver cómo se vuelca el discurso de la predisposición al disparo. Porque en cuanto tuve la oportunidad de ir al estreno, asistí como quien se pone cita a sí mismo para un estreno en el cine. El disparo (o los disparos) no se detuvieron, la banda sonora por excelencia en las familia latinoamericanas es todo lo que implique bajar la cabeza, cubrirse los ojos y encerrarse a procrear. Dejarle soldados y presas a ese invento llamado guerra. Al principio la obra parece un juego de adivinanzas, no hay textos (lo advierte Fabio al principio) pero resulta que sí los hay, están sugerentes en el espacio y hay que hacer un esfuerzo por escuchar, como si uno fuera testigo de la guerra de sus vecinos y al serlo se esmera por entenderlo todo porque uno descaradamente quiere saberlo todo. Algo se roba, algo escucha. Algo se asume. Pero la banda sonora no deja que los diálogos sean la prioridad. Los diálogos más importantes son todos los sonidos. Lo que se cae, lo que se rompe. Lo que se abre y se cierra. Lo que gime. Lo que llora y lo que zumba. Un idioma que no nos queda grande: el de los golpes. Un gran descaro del grupo: poner el sexo como prioridad ante la guerra. Gran descaro porque nos representa. Nos peleamos a muerte, mientras traemos más vida y sufrimos por traerla. El llanto de bebé nos molesta, pero nos recuerda que hay algo que proteger; algo incluso más importante que el cuero propio. El humor está presente en las imágenes. Es la noción de una película en vivo con la revelación de sus trucos y cuando hay descaro al admitir el origen de los trucos, hay paraíso.
Diciembre / Salva al gato teatro / Dirección: Juan Bilis
Juan Bilis, en este caso, se devuelve a la intimidad de la casa. El regreso a casa siempre ha sido la línea menos recta pero también menos peligrosa, por su impulso más que por su destino. El director hace una entretenida tomata con un grupo bastante acertado. Tan acertado que saben compartirnos desde su construcción de amistad una muestra de las relaciones familiares; tan poco rectas y tan peligrosas, tan atrevidas y tan chistosas. ¡Porque hay humor! No nos traen sólo problemitas bajo el brazo. Los tres consiguieron la comicidad desde lo situacional y lo genuino. Y supieron componer una buena imagen que es a su vez invisible para los espectadores: el afuera. ¿Qué va a pasar allá afuera? ¿Quién viene? ¿Será que nos van a llevar? ¡Que nos lleven! O bueno, ¡que nos dejen! Buenas preguntas para la actualidad deja este montaje, en el que además tuvimos la oportunidad y suerte de ver a Antonio Giraldo una última vez en escena y que convierte a Diciembre en una obra, que igual al mes de referencia, representa el cambio, dolor y toma de decisiones.
Ruido blanco / Dirección: Bernardo García.
Por si fuera poco, Bernardo García se devuelve al ruido. Del que el artista común escapa algunas veces. Del que los matrimonios viven permeados, eso pintan; yo no me he casado, pero crecí en un ambiente que me hizo alejarme de esa idea. La convivencia es una cosa muy caprichosa, uno la anhela, la ejecuta, la disfruta, la detesta y la extraña. Este montaje tiene puestas sobre un comedor kitsch, donde escuchan canciones que nos conectan emocionalmente, las pruebas de lo detestable y necesario que se vuelve aferrarse a alguien y a lo confuso que resulta despedirse y volver al ruido propio. Un texto e historia audaz que es posible adaptar a cualquier espacio por su ruido específico.
Julieta y Romeo / LOFA Lab / Dirección: Juan Esteban Quintero
El teatro a veces tiene el defecto de clasificarse, lo que se ha vuelto importante en nuestra humanidad para sentirnos supuestamente libres, pero es un verbo que las generaciones actuales quieren romper. Por ejemplo, está el teatro para adultos y el teatro para niños, lo que tácitamente los vuelve aburridos o lejanos para el sector contrario, y no se piensa que las obras pueden romper sus mismas clasificaciones, así como a su vez el teatro puede romper los géneros, o al menos, puede no sufrir por cumplirlos. Así como había que replantear los clásicos ¿recordar por qué son clásicos? ¿darles más clase? ¿o bajarlos de su clase para ponerlos frente a nosotros para entender por qué son clásicos? Con mucha agudeza, ritmo, humor y juego, los actores y actrices narran y ejecutan Romeo y Julieta, les cambian el orden a los factores y por supuesto que alteran los resultados. Para bien.
Rebelión / La Flota Teatral / Dirección: Sebastián Cuervo
La rebelión supone un caos. Detenerlo y buscar otro. Porque amamos el caos. Nos preocupa desaparecer, pero también esperar. Esta obra busca el humor desde la palabra, el gesto y el movimiento. Es una estructura entretenida. Casi como una mezcla aleatoria de elementos que al acabar allí, en la nada del escenario, buscan despertar la indignación de su no existencia. Eso es lo que reclaman los personajes en la mayoría de las obras, pero aquí lo pervierten y lo divierten los dos actores y la actriz. Cuestionan los símbolos patrios, los estampados, los rangos y nuevamente, la enfermedad que le va dejando a uno el teatro, como el cigarrillo al hombre que murió apuñalado, pero con los pulmones en perfecto estado. A Cuervo le llama la atención el humor y la música, que son en mi opinión, dos inteligencias diferentes, y que textos como este empiezan a revelar (rebelarse) en un estilo novedoso y sencillo.
Razón blindada / Naieté Compañía Artística / Dirección Liliana Montaña
No es importante mencionar a los amigos. Es importante ver su trabajo, aunque verlo no sea una garantía de gozo. Sin embargo, aquí sí lo fue. Yo había visto este montaje con otro actor, antes de la pandemia y como en una predicción, se debía entrar a la sala con un tapabocas puesto; no por un virus, sino porque flotaba cemento desde la escenografía y vestuario, y eso le iba dando a uno la sensación de que se estaba armando un edificio o de que un ladrillo se podía venir encima. El edificio era esta obra. Con pocas puertas y ventanas y muchos accesos. Con dos cajones. Que son el hogar, el escondite y la trinchera de los personajes. Volví a verla este año con la diferencia de ver a la directora compartiendo escenario con Leonardo Useche, y el edificio no sólo ya tenía puertas y ventanas, sino todo un edificio bajo él. Es precioso cuando los espacios pequeños nos llevan a la profundidad de perdernos en un lugar infinito. La capacidad que tienen las palabras y las maneras que existen de ponerlas en el espacio para transportarnos a la imaginación y recordarnos la importancia de crear los propios mundos, por ejemplo, escribiéndolos.
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