Por Iván Ruíz
Actor en el grupo VB Ingeniería Teatral con ínfulas de crítico teatral. También es curador cultural con el proyecto Plansitos Bogotá.
Cuando se habla del Teatro La Candelaria pienso, a pesar de no haberlo conocido, en la nostalgia que hay detrás de la figura de Santiago García. Ya era un mito antes de su muerte, y cada vez más se recuerda y se refrenda, unas veces por un deber con el pasado, otras con sincero reconocimiento. En cualquier caso uno, que vaga por las calles del centro y los pasillos de los teatros, no puede salir librado de allí sin sentir que algo maravilloso ha pasado, quizás un milagro demasiado palpable, visto por muchos. La conclusión, como decía el poeta, es que todo nos llega tarde; o en este caso: llegamos tarde a todo. A nosotros apenas nos queda prestarnos a aquellos que viven de anécdotas, y rogar porque, aunque sea en incitaciones académicas, alguien quiera recuperar lo irrecuperable, o darle nueva vida a lo que reposa en el justo descanso de lo ya acabado.
El montaje La trifulca realizado por estudiantes de la Academia Superior de Artes de Bogotá de la Facultad de Artes de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, ya inquietaba antes de entrar el listado de 20 mejores obras del 2024 que realiza Kiosko Teatral cada año, habiéndose estrenado 2 semanas antes de la celebración de los Premios Esto-vi. No sólo sorprende el hecho de que siendo un montaje académico pudiera codearse con obras de talla profesional, o que le bastara haber aparecido un par de semanas antes con apenas 5 funciones gratuitas (a reventar, por cierto), frente a obras que han estado semanas en temporada o curadas en los mejores festivales de la ciudad, sino que fuera un texto clásico de teatro colombiano escrito por García que el mismo grupo del Teatro La Candelaria descartó de su repertorio después del estreno en 1991. ¿Qué tiene este montaje de especial y cómo hizo renacer los sentidos de una obra que dormía desde hace más de 30 años? Me atrevo a aproximarles el misterio.
Vemos la historia, lucha y viaje de Niño Benny por varios lugares, ideas o imágenes, que van tomando una forma muy concreta en la escena: una madre vestida de negro que a la vez es muchas, con unas alas que recuerdan las polillas extendidas, en una suerte de pena que parece darle poderes sobrenaturales y una especie de inconsolable rabia por recuperar a su hijo, que ha perdido el camino. Luego vemos lo que pensaríamos que son diablos, monstruos, amenazas, pero que de a poco van convirtiéndose en un pueblo de fiesta en un más allá carnavalesco que recuerda Barranquilla, el carnaval de Pasto y tal vez las fiestas báquicas, todos ellos buscando rescatar al Niño Benny de no se sabe qué males. Él no puede parar, Benny tiene su propio viaje, un amor que lo ata al movimiento, una búsqueda por sus motivos, por su pasado, por sus padres, una duda por lo que debe seguir y hacia donde debe ir o no.
La obra en sí misma no parece suceder en ningún lado concreto, unos podrían decir que es un limbo, yo considero que está más cerca del umbral de los sueños, donde las imágenes concretas de la vida, las sensaciones, e incluso los límites donde la piel parece evaporarse más allá de todo símbolo, pueden aparecer en un mismo tiempo y lugar. En este espacio se celebra la vida al lado de la muerte, y tanto da que alguien haya muerto como que permanezca aún vivo, justo como en los sueños se rompen las reglas, o un país como Colombia.
El texto es lo suficientemente ambiguo y la puesta lo suficientemente concreta; cae de pie a la hora de ir más allá —o traer mas acá— de un texto que provoca y escapa a la linealidad, que huye de la literalidad, que puede tener muchas maneras —ya en su tiempo La Candelaria intentó experimentar con el rock— y que, sin embargo, debe afinar cada una de las piezas para no perderse en los vericuetos por los que fabuló García. Hay sucesos, claro que sí, pero aparecen de manera paralela, con tiempos afectados, espacios cruzados y varios juegos estéticos: de repente la puesta es carnavalesca, luego amorosa, el siguiente fragmento coquetea con el cabaret, en otra sentimos que estamos en una puesta brechtiana, quizás absurda, pero siempre con una consistencia dramática que sin duda la música hace crecer y soñar.
En la desconfianza que hay al entrar al teatro, normal para una puesta académica o en este caso, apuesta académica, tardan apenas unos minutos en derrumbar la torre a la que uno se sube al sentarse en el banquillo para tenernos mirando de abajo hacia arriba, de un lado otro, luego uno verse riendo e incluso a punto de llorar, desarmado por la frenética serie de imágenes y sensaciones que han montado estos actores. Actores que cantan, hacen títeres, tocan instrumentos, hacen coros, bailan al tiempo que las imágenes se van volviendo ideas y al final uno, va casi sin quererlo volviendo a la carne, al país donde está y a las historias que ha oído, pero no con tristeza, sino con la extraña esperanza de dudar, como la obra duda de la muerte de Niño Benny, el anti-héroe que se aventura retando a la muerte.
Es una historia sobre un más allá. El mismo protagonista va más allá de sí mismo para volver, y al volver, dudar si debe quedarse, o seguir, imparablemente. El tiempo y el espacio son otros. Al final hemos vuelto, y estamos en un país que conocemos, pero que ha cambiado porque el sueño que hemos visto ilumina la realidad que hemos vivido.
Y aquí me levanto porque aún hay muchos sentidos que extiende la obra y que no alcanzo a recoger. El recordarla me hace volver a ello para reconstruirla. Creo que sólo sigo recordándola precisamente porque aún no ha terminado en mí.
Al final Ignacio Rodríguez, ex-candelario, tutor o, mejor sea decir, director del montaje, logra llevar a buen puerto todas las intuiciones que tenía García en su texto, brindándole sus propios hallazgos estéticos a los que nos tiene acostumbrados en Umbral Teatro. Pienso que en ese lugar, donde el tiempo y el espacio se cruzan, está Santiago García viendo esta obra, y todos los actores recibiendo sus aplausos; La trifulca y su tiempo alterado no nos dejarían mentir de esta alegre especulación.
Hoy, la obra sale del marco en el cual nació, y circula impulsado por la agrupación La guacherna teatro. Frente a ella nos veremos nuevamente, para confirmar el milagro.