Por Liliana Alzate Cuervo
Actriz, dramaturga, crítica e investigadora teatral, autora de los libros El teatro femenino: una dramaturgia fronteriza y ¿Cuál es su problema fundamental. Diálogos con Santiago García
«Para hablar de los otros hay que tener la modestia y la honestidad de hablar de uno mismo.» Godard
La obra de la maestra Carolina Vivas, reconocida creadora escénica nacional, ha marcado la historia del teatro en las últimas décadas. Desde la fundación de su grupo Umbral Teatro en 1991, sus montajes y textos dramáticos han ofrecido una profunda reflexión sobre los personajes anónimos de la ciudad y la ruralidad. Su mirada impecable sobre las voces subalternas y el detallismo de sus imágenes escénicas, que abordan la violencia del país, han impactado al público a lo largo de los años. Desde Segundos (1993), Filialidades (1996), Gallina y el otro (2000), Cuando el zapatero remendón remienda sus zapatos (2003), Antes (2009), Donde se descomponen las colas de los burros (2008), De peinetas que hablan y otras rarezas (2011) y La que no fue (2012), entre otras, su legado teatral es innegable. En este 2025, nos sorprende con una nueva exploración: la autoficción en su más reciente obra El vuelo de Leonor (en la foto), ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia del Ministerio de las Culturas 2024 y estrenada en la sala estudio del teatro Julio Mario Santo Domingo y su reciente temporada en el Teatro La Candelaria de Bogotá.
En primera persona y en tono de conferencia ficcionada, la actriz y autora nos sumerge en fragmentos de la memoria de su núcleo familiar. Pero el vuelo no es solo de Leonor; nos transporta a nuestra propia memoria a través de una delicada carpeta de croché sobre una mesa de teléfono antiguo, la sutileza del sonido de un tiple —interpretado por Daniel Rodriguez—, o la precisión de las escenas mudas —de Luisa Fernanda Acuña—. Con la autora, recordamos nuestros viejos álbumes de fotos y, como si abriéramos una caja de Pandora, se nos revela la historia oculta de lo que realmente somos.
Leonor, la protagonista, se nos presenta como docente, esposa y madre. Sus múltiples facetas se despliegan mediante fotografías, documentos y escenas condensadas en diversos estilos representacionales. Poco a poco, se perfila una visión rígida del rol femenino, marcada por el patriarcado. La obra expone un país conservador, clasista y religioso que, sin transición, entra en la modernidad arrastrando una herida colonial que, lamentablemente, aún sigue abierta en el presente.
Así, la autora desnuda su alma y sus recuerdos, y evidencia cómo la memoria de los otros se encuentra incrustada en los espacios más íntimos del hogar: el estudio, la sala de estar, la cocina, el lavadero. Como afirma el reconocido autor de autoficción Sergio Blanco: Toda escritura autoficcional siempre parte de una experiencia personal —dolor profundo o felicidad suprema—, siempre va a partir de ese yo, para ir más allá de sí mismo, es decir, para poder ir hacia un otro.
En el caso de El vuelo de Leonor, ese «otro» es una «otra» subalternizada desde tiempos inmemoriales. No solo la madre Leonor sino las tías hasta el rol masculino huérfano de esposa interpretado por el actor y musico Ignacio Rodríguez.
Quiero destacar una imagen poderosa y cargada de simbolismo que se teje en la dramaturgia de la escena: una ventana entreabierta por donde sentimos, desde la platea, el ingreso de una brisa fría que nos eriza la piel. Esta imagen evoca una sensación de transición, incertidumbre o el umbral entre dos mundos. Frente a ella, la figura de una mujer indígena, velada, desnuda e inmóvil, encarna una identidad fragmentada, oscilando entre la presencia y la ausencia, la aceptación y el rechazo de su propio origen.
La actuación contenida de la actriz Reina Sánchez da voz a una historia no contada del país. Con una narración de raíz originaria, expone situaciones estremecedoras de cuerpos y corazones violentados, abusados y olvidados en la historia colectiva del país. El personaje evoca a aquellas mujeres que trabajaron como empleadas domésticas, que fueron madres sustitutas, que criaron familias enteras, alimentaron generaciones y limpiaron por años nuestros desechos, sin derechos laborales, pero con múltiples deberes y afectos no reconocidos. Muchas de ellas, hoy, permanecen abandonadas, perdidas en los recuerdos de infancias incompletas.
Mucho más podría decirse sobre lo que esta obra despierta. El lugar de enunciación del «yo» se transforma en una exploración de la soledad femenina, que se expande en espiral hasta la madre tierra. Se trata de una textualidad arriesgada, que da voz a lo incómodo a través de una palabra expositiva que busca, en su propia cicatriz, la poesía.
Por ahora, solo queda invitarlos a no perderse este viaje íntimo en espiral del El vuelo de Leonor y desearle a Umbral Teatro siga explorando la sinceridad actoral, la lucidez expositiva y esa herida que, al tocar el arte, se convierte en poesía.
Un agradecimiento especial, y muchas flores, para la señora Leonor, por su hija Carolina y su bisnieta Ainara «golondrina» en vuelo, por regalarnos la sanación de su linaje femenino.
Chía, 4 de marzo 2025.