Veneno: cuando la amistad sabe a envidia

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Foto Andrés Uribe

Por Carlos Rojas 

Crítico e Investigador / criticarojas@gmail.com / mipuntodevistacritico.blogspot.com

La cartelera teatral bogotana suele estar dominada por comedias ligeras y espectáculos comerciales, muchos tan ruidosos como superficiales, pensados más para sacar risas fáciles que para el pensamiento reflexivo.

En medio de ese panorama saturado, aparece casi como una anomalía una obra distinta, fresca y divertida: Veneno, escrita por Carolina Cuervo y dirigida por Manuel Orjuela, dentro de la programación del Teatro Nacional.

Con un elenco de lujo —Paula Estrada, Mónica Giraldo y Carolina Cuervo— la pieza despliega una energía escénica particular. La premisa parece sencilla: tres amigas se reúnen a celebrar un logro.

María, ingeniera convertida en escritora, recibe un premio literario. Ana, la amiga de siempre, organiza la cena íntima y Tina, la millonaria desdichada en el amor, completa el trío. Todo parece armonioso, hasta que la velada se fractura por las confesiones que van apareciendo.

Porque no hay nada más corrosivo que una amistad atravesada por envidias silenciadas, secretos mal digeridos y verdades que, al salir a flote, hieren con una profundidad implacable y dejan cicatrices imposibles de borrar.

La dramaturgia de Cuervo se mueve con precisión en la frontera entre el humor negro y la confesión dolorosa. El público asiste a una comedia ácida que arranca risas mientras clava sus dientes con fuerza.

La mesa de la cena deviene en campo de batalla: las bromas son dardos, los brindis esconden confesiones y cada palabra amenaza con ser la gota de veneno que colme la copa.

Lejos de un retrato simplista de la amistad femenina, la obra desnuda contradicciones, rivalidades soterradas y afectos frágiles.

Las protagonistas, se hieren, se reconcilian, se envidian y se necesitan, como ocurre en las relaciones reales, nunca perfectas. El mérito está en convertir lo reconocible en una propuesta cargada de tensión, suspenso y humor incómodo.

La gran fortaleza de Veneno reside en su elenco. Estrada, Giraldo y Cuervo no solo interpretan: se devoran mutuamente en escena, en un duelo actoral de enorme precisión, donde cada gesto y cada silencio cuentan. Lo que vemos, es un triángulo escénico que se arma y se desarma como una partida de ajedrez letal.

La dirección de Orjuela mantiene un pulso firme: transforma la aparente quietud de una cena en un dispositivo teatral de máxima tensión. Silencios, risas nerviosas y brindis cada vez más amargos van construyendo una atmósfera sofocante y magnética. El público femenino, en particular, parece convocado a espiar un ritual íntimo que termina por atraparlos a todas y todos.

Lo fascinante, es que la envidia aquí no aparece como abstracción, sino como una experiencia cotidiana: frustraciones calladas, deseos reprimidos, sueños ajenos que, en lugar de inspirar, despiertan resentimiento. La obra lanza entonces una pregunta inquietante:

— ¿Cuánto resistiría nuestra amistad más cercana si en una cena se dijera todo lo callado?

Un detalle escénico que merece atención en la puesta escénica: son las tres muñecas Barbie dentro de una vitrina, que evocan la imagen de seres atrapadas entre reflejo y esencia, entre lo que muestran y lo que ocultan. No son sólo las protagonistas: son la condición humana convertida en pasatiempo, almas confinadas en una caja que ilumina, pero jamás libera.

La función avanza entre copas de Chardonnay: al principio ligera luego, cada vez más intensa, hasta revelar lo inevitable: la envidia ha envenenado la velada y no hay antídoto posible. La escritura escénica de Cuervo no busca complacer: provoca incomodidad, arranca carcajadas nerviosas y deja la certeza de que ese veneno nunca está tan lejos como creemos.

Quien busque teatro tibio, que acaricie y no muerda, debería mirar hacia otro lado. Quien prefiera enfrentarse a una comedia feroz, escrita con inteligencia y actuada con desenfado, hallará aquí una de esas piezas que se disfrutan y agradecen como un pecado compartido: con risa, nervios y el temor de descubrirse reflejado en esa mesa de tres amigas.

Gracias al Circuito Internacional de la Joven Dirección y Dramaturgia, hoy Veneno también se puede leer. En este proyecto literario destacó la participación de la diseñadora Catherine Flórez Ramírez (Caflow), una artista emergente que, tras dejar huella en escenarios internacionales, aporta aquí su sello visual. Su trabajo conecta dramaturgia y diseño en un gesto estético de gran nivel, marcando diferencia dentro del panorama bogotano.

A su vez, Camilo Casadiego aparece no sólo como editor, gestor, director y dramaturgo, sino como figura clave en la circulación de la dramaturgia colombiana. Su empeño por llevar el texto a distintos escenarios del país e Iberoamérica confirma una vocación de apertura que desborda lo local para situarse en lo universal.

Así, la obra —ya escrita, escenificada y publicada— alcanza su mayor logro: no sólo comunicar, sino provocar una sacudida que persiste más allá de las risas y aplausos. Porque lo verdaderamente venenoso nunca es lo que se dice, sino lo que queda guardado en el corazón.

En definitiva, Veneno resulta una propuesta reveladora en fondo y forma: eficaz, contundente y cargada de significados que capturan la atención de todo el público. Ahí la dejo, querido lector/espectador: léala, véala y saque su propio veneno… porque, al fin y al cabo, de envidia estamos todos llenos.

 

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