Por Carlos Moisés Ballesteros P.
Dramaturgo, director teatral y columnista
Artículo escrito en el marco de la Beca de periodismo y crítica de las artes 2022 – 2023 que hace parte del proyecto ganador Hacía una mirada panorámica de la evolución de la dramaturgia bogotana y sus principales protagonistas, a través de la historia del Festival de teatro y circo de la ciudad de Bogotá.
Escribir la historia del Festival de Teatro y Circo de Bogotá, organizado por la Asociación de Salas concertadas, y reflexionar sobre la evolución de la dramaturgia distrital no sería posible sin hacer un obligado paso por las prácticas desarrolladas al interior del grupo Ditirambo teatro, dirigido por Rodrigo Rodríguez. Su labor ha estado ligada al festival desde sus inicios y él, junto con Margarita Rosa Gallardo, miembro del grupo, fueron parte de la fundación del festival, encabezando por algunas épocas la junta directiva de Asosalas. Ditirambo ha estado allí desde la fundación del festival y su participación ha sido muy importante a lo largo de los años en el festival. Obras como La gallera de todos los santos, Gilaldo Sampos, o Colombianopitecus circenses han pasado por las diferentes ediciones del festival y robustecen la diversidad de los contenidos, procesos y protagonistas que han aportado a la dramaturgia bogotana.
El trabajo de Rodríguez es quizás uno de los que mejor ha quedado retratado por el festival, contando con la circulación de al menos once obras del grupo, de las cuales solo una de ellas, no fue dramaturgia de Rodrigo Rodríguez. El paso de su trabajo por el festival nos permite reconocer la transformación de su voz, sus preguntas estéticas y temáticas, así como la maduración de sus búsquedas investigativas a lo largo de casi treinta y cinco años de trayectoria.
La concepción de un Teatro Popular Mestizo y Analógico, como voz y norte de su trabajo de creación constituye una filosofía de proceder ante los diferentes obstáculos que pueden encontrarse en la concepción de la escena. El teatro, su teatro, ha sido una larga pregunta sobre lo popular en el universo colombiano, pero con una intención de mestizaje propia de un territorio en el que la diversidad siempre ha sido una constante, por eso el teatro de Rodríguez siempre busca trabajar el clásico y acercarlo a lo tradicional de nuestro teatro.
La mirada teatral de Rodríguez crea y concibe la escena desde la perspectiva de colectividad y de la importancia de la interpretación del actor como faro del ejercicio creativo, como si hubiera un espacio reservado, desde el principio, un espacio consciente, para que el actor sea invitado a intervenir y no solo a hacer eco de las palabras. Sus textos, en especial los que han ido apareciendo en la actualidad, comprenden la gramática de la escritura como un espacio que no está diseñado para la experiencia de la lectura sino para la puesta en voz.
“Palas: Mucho dolor sufre la pobre Caroline padre eterno/ permite que retorne a casa con la cita médica/ que se le enderece el ojo y le aparezca la otra nalga/”
Colombianopitecus circences
Lo popular, lo grotesco y el clásico universal
Basta con leer una sola de sus obras para reconocer en la escritura de Rodríguez al mundo popular colombiano retratado a lo largo de más de tres décadas. Sus obras captan con desparpajo la realidad de aquellos entresijos de los que está compuesto el costumbrismo contemporáneo de la sociedad colombiana, con un foco especial en el arrabal, en el barrio.
Los cuadros que van tejiendo la obra de Rodríguez nos hablan de hombres de apuestas dedicados a las peleas de gallos, mujeres cabezas de hogar al borde de las necesidades, jóvenes sin futuro entre otros. Para Rodríguez, la carencia de algo es una de las características innegociables en la concepción de sus personajes, no solo se trata de posesiones de tipo material sino también de otro tipo de características como la ausencia de salud, el poder o el control de sus vidas (característica muy frecuente de los personajes jóvenes masculinos), etc.
Sus personajes permanecen en un estado de alerta ante la necesidad pero son incapaces de hacer algo por la transformación de su estado, su quietud termina siendo hilarante y patética, El antagonismo siempre parece ser la fuerza movilizadora, mientras que los personajes que podríamos considerar como héroes, suelen estar desprovistos de objetivos como Penélope en La gallera de todos los santos o Roger en Colombianopitecus circenses.
Las características de aquello a lo que he decidido llamar costumbrismo popular colombiano, se van mezclando con inteligencia en sus obras para que aparezcan cuadros llenos del folclor contemporáneo del país, representando sus prácticas, sus problemáticas y la concepción de los personajes del mundo que habitan el cual, es definitivo, retrata diferentes pasajes de la realidad nacional.
También encontramos allí una serie de constantes de construcción de esos personajes. Por un lado, en varios de sus textos hace aparición la enfermedad dentro de las características de los personajes masculinos. Enfermedades que condicionan todo el tiempo su forma de habitar el mundo, en Cría Cuervos, Don Coroliano está en su fase final, también Roger, de Colombianopitecus Circenses se queja de que un testículo está creciendo de forma exagerada, o el Hombre sin nombre de La gallera de todos los santos, está moribundo por un cáncer de estómago. En contraste, a estos personajes carentes de salud que terminan convirtiéndose en una especie de carga para el resto de los personajes del drama, se encuentran una serie de mujeres en las que se explora la fuerza de lo femenino como la Frida en, Corrido desafinado de Diego para su Frida o Caroline de Colombianopitecus circenses. Tensión entre el clásico teatral y Colombia como escenario.
“Hamlet: Un momento Gonerila // Yo sí tengo trabajo, la poesía existencial ahora no se está vendiendo pero estoy preparando un libro de poesía erótica y creo que ahí sí le pego / voy a mirar a ver // volvieron a quitarle más plata a la cultura yo qué hago me resisto a participar en política.”
Cría cuervos
Hay un aspecto muy frecuente en la escritura de Rodríguez del que vale la pena ocuparnos ahora y que él mismo pone como uno de sus ejes de trabajo en uno de los textos introductorios que acompañan Colombianopitecus circenses. En este texto, Rodríguez dedica un espacio importante para explicar los postulados sobre los cuales ha fundado la idea de un teatro popular, mestizo y analógico. Allí revela un procedimiento que es una constante de su trabajo; la idea de poner en contraste, de mezclar, el clásico teatral y hacerlo coincidir en la escena con paisajes latinoamericanos populares. Así pues aparecen mezcladas fábulas como la de Fedra en Colombianopitecus circences, o personajes como Hamlet, Lavinia y Otelo en Cría cuervos.
Dicho cruce proporciona lugares muy ricos de exploración dentro de sus obras, Hamlet Roberto, personaje de Cría cuervos, por ejemplo, también ve el espectro de su padre, pero allí la situación se plantea desde otro lugar y aparece el humor. Fedra también es explorada en un contexto completamente diferente del original y esta suerte de mestizaje, por nombrarlo de un modo cercano al que querría Rodríguez, amplia la vigencia del mito clásico, le da otras connotaciones interpretativas e interpelativas y mientras se construye una plataforma muy amable y ligera para entendernos como realidad.
También la naturaleza original de los personajes modifica el diálogo y lo hace diferente. Algunos personajes pasan de una forma muy coloquial a pasajes escritos elaborando figuras poéticas más complejas que dinamizan el desarrollo de las escenas y ponen en tensión lo real con la ficción clásica, la experiencia de lo actual y lo popular con lo exótico de lo lírico en el ejercicio escénico.
Gramática de la interpretación en la obra de Rodríguez
Quizás el aspecto más intrigante de la escritura de Rodríguez tiene relación con la escritura de sus últimas obras, y que es resultado de esta búsqueda personal de un teatro que considera al actor y su rol creador por encima incluso del director, desplazando esta figura para que emerja un lugar de tipo hermenéutico en el que, lo que interpreta del texto el actor, tiene tanta relevancia en la creación como el discurso del autor, esto implica varias consideraciones que han modificado algunas de las formas en las que han sido concebidas las obras pero, el rasgo más notorio es la aparición de una gramática que sugiere pausas interpretativas y elimina la puntuación sintáctica original dentro del texto. De este modo, la relevancia final pasa por las decisiones actorales, que proponen los intérpretes.
Las pausas que se sugieren dentro del texto, buscan en realidad, proporcionar ritmos específicos de movimiento y habla complementados por la palabra hablada, y una puntuación interpretativa propuesta por el actor. Con lo anterior, podría afirmarse que Rodríguez retorna a la idea de que el teatro en sí, no puede existir como género literario, proponiendo en su palabra una noción de incompletitud que solo es llenada por la oralidad y el trabajo en la escena. Esta hipótesis formulada pareciera una desventaja dentro de la formulación de su trabajo pero es una apuesta por la recuperación de prácticas que nos pertenecen y han estado allí, poniendo en tensión la idea de lo representable y de sus formas.
“Caroline Sois de lo peor/ cría cuervos y verás de la calle vendrán y de tu casa os sacarán/ Cuando llegue mi hijo el que trabaja y estudia van a ver lo que es respeto/ Me acogerán en otro hogar mi pecado fue daros la vida que si hubiese sabido/// Uno esperaría solidaridad por lo menos de mujer a mujer Tífany pero sois una buscona dama de alquiler mullidora del deleite/ no en vano os llaman la india goterera/”
Colombianopitecus circenses
Rodrigo Rodríguez se encuentra dentro del panorama de la creación dramatúrgica colombiana con un lugar privilegiado de referencia, su trabajo ha compuesto no solo una serie de postulados que sirven como norte de creación para nuevas generaciones sino que algunos de sus procedimientos podrían considerarse una manera necesaria de situarnos en el mundo para entender nuestra realidad en relación con el mundo que habitamos, en especial con ese devenir occidental del que es hereditario nuestro teatro.
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